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TAMBIÉN YO SÉ AMAR by Lucas Corso

El personaje de la historia es de sobra conocido. Repudiado y temido por todo el mundo, vivió apartado haciendo honor a la leyenda a su alrededor. Y sin embargo, se las ingenió no sólo para atraer a alguien hasta el mismo umbral de su puerta, sino también para hacerlo entrar por su propio pie y voluntad y hacerlo su prisionero. Mucho se le echó en cara, pero quizá nada tan doloroso como lo que le espetaron sus tres novias cuando él les negó tocar a su invitado: ¡tú no amaste jamás!. Y él, la figura más oscura y temida de toda la literatura universal, no pudo más que negar la mayor y, en un murmullo, asegurar que también él sabía amar. Su nombre es Drácula, y la fascinación que ha despertado a lo largo de más de cien años lo ha hecho objeto de innumerables análisis, adaptaciones y hasta reinvenciones. Pero ninguna tan impactante como la que llevó Francis Ford Coppola al cine hace ya treinta y un años.
A la hora de encarar el proyecto de realizar la enésima adaptación cinematográfica de Drácula, la pregunta que se hicieron muchos de los que tomaron parte de la misma fue la que seguramente se harían otros tantos espectadores al conocer la noticia: ¿Por qué otra película más? ¿Qué más se puede contar? Y era una pregunta muy válida para la que aparentemente nadie tenía respuesta. Sin embargo Coppola lo tenía muy claro desde el principio: quería darle más profundidad al personaje, y también un inicio. El Drácula de su película conecta directamente con el Drácula real del que Bram Stoker tomó el nombre. Dotando de ese modo de un trasfondo histórico a la narración, se incluyeron datos y hechos reales, así como otros que todavía hoy no han podido ser contrastados, uno de los cuales fue el verdadero pistoletazo de salida para la película: el suicido de la primera mujer de Drácula. De haber sucedido realmente, se cree que fue debido a una carta enviada al castillo en el que residía. La carta contenía noticias falsas sobre el inminente asalto que sufrirían en pocas horas a manos de tropas enemigas. La mujer decidió poner fin a su vida antes que verse capturada. Por otra parte, en la película la carta que recibe explica también falsamente la muerte de su esposo, ante lo cual ella decide quitarse la vida para reunirse de nuevo con él. Drácula, al volver victorioso de la guerra y enterarse de lo ocurrido, entra en cólera. Uno de sus sacerdotes le explica que su mujer no podrá encontrar nunca el descanso eterno, pues es una suicida. Es entonces cuando Drácula renuncia a Dios y ofende una imagen de la cruz, sufriendo así castigo divino y condenado a vivir sin morir eternamente. Es conocida la frase de Coppola al acabar de rodar esta escena inicial, en la que explica bastante satisfecho que el cine ya tenía el inicio de Batman (estrenada pocos años antes) y ahora ellos le habían dado uno a Drácula. Obviando esta curiosa comparación entre dos personajes nocturnos y atormentados, este inicio que nadie antes había imaginado dotó a la película de un sentimiento muy diferente al del libro.
Drácula se aleja del monstruo de sangre fría de la novela gótica para convertirse en uno que sufre por su condición y por el desespero de tener que vivir eternamente echando de menos. Y aunque en la obra original el vampiro también asegura que sabe amar, es en la película donde comprendemos de dónde viene esa afirmación, pues es el amor el que le ha llevado a convertirse en lo que es y será el amor el que acabe liberándolo.
Siendo una de las adaptaciones más fieles que se han hecho sobre el personaje, es a la vez la más radicalmente opuesta debido a estas características que definen al Drácula de Coppola. La película, tan impactante visual y narrativamente en su día como lo sigue siendo hoy a pesar de los años transcurridos, fue muy criticada no tanto por ese desvío en las motivaciones originales del personaje como por su título: Drácula, de Bram Stoker. Muchos entendieron que esa iba a ser la adaptación más fiel hasta la fecha, cuando en realidad era una tan personal que, a juicio de no pocas personas, entre las que me incluyo, quizá debió llamarse Drácula, de Francis Ford Coppola. Sin embargo sí que puede ser la adaptación más definitiva y completa, pues si algo nos ha ido enseñando la historia es que hasta los monstruos más sanguinarios tienen sus aspiraciones y motivaciones, así como un camino recorrido que los ha llevado hasta el momento en el que acaban convertidos en aquello por lo que son conocidos.
El Drácula de Coppola despierta miedo y hasta repulsión, pero también compasión. Uno puede sentirse extraño queriendo que ese ser acabe encontrando lo que busca, aunque eso repercuta en dolor para los demás. La fascinación que ha entrañado a lo largo de las décadas se ve resumida y plasmada en cada una de sus apariciones en pantalla, que son muchísimas más de las que aparece en la novela, y también en sus diferentes formas y ropas, las cuales son igualmente impactantes y que, hasta el momento, uno jamás hubiera imaginado ver en semejante personaje. Un personaje que cruzó océanos de tiempo hasta encontrar lo que buscaba. No pocos espectadores que habían leído y amado durante años la obra original también sintieron lo mismo al ver por primera vez aquella película. Sobre todo después de infinitas adaptaciones en las que el miedo no estaba tanto en lo que contaban como en atreverse a mostrar al monstruo como un semejante más, por muy diabólico que pudiera ser.
Coppola se atrevió y por eso sigue siendo una película recordada, sino reivindicada y tan actual como lo fue en su día. No deja indiferente, como tampoco lo hace la novela, pero a diferencia de lo que ocurre con esta, al acabar de verla uno no puede más que preguntarse con quién se siente más identificado, si con el diablo que chupa la sangre a sus víctimas o con aquellos que le dan caza. La respuesta puede ser terrorífica, pero también del todo emocionante.

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