domingo, diciembre 3 2023

OBSERVACIONES by Reyes García-Doncel

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OBSERVACIONES

A partir de que te asignan un número y te sientan en una silla de ruedas, comienza el recorrido sobre una línea roja pintada en el suelo, la que indica el camino para no perderse en ese laberinto de puertas abatibles detrás de las que siempre hay alguien con bata, que parece el mismo pero no lo es, y la silla continúa deslizándose varias puertas más allá.
Finalmente llegas al que será tu lugar definitivo, donde te acogen con entusiasmo, se esfuerzan por ser amables, y todos te hablan utilizando diminutivos: un momentito, una pastillita, una agujita, un pinchacito, un dolorcito, un electro rapidito…, que se agradecen porque consiguen que aquello parezca la visita a la casa de unos amigos, aunque en realidad te han desnudado, luego vestido con una simple tela que tiene dos agujeros para que pases los brazos, y te han inmovilizado entre tubos y monitores. Y así pasas ocho horas. Hasta que se produce un cambio.
Esa enfermera y esa auxiliar, tan simpáticas y con las que ya habías cogido confianza, se marchan y aparecen otros dos, u otras dos, a los que les cuentan tus intimidades como si tú no estuvieras escuchando. En ese momento descubres que han ido anotando, en el cuadrante que cuelga a los pies de la cama, desde la magdalena del desayuno o las veces que has necesitado ir al baño (con los mililitros correspondientes), hasta el número de pinchacitos, seguimos con los diminutivos, que te han clavado en el vientre. Pero bastan unos minutos para que los nuevos comiencen un cotilleo demoledor de los que han salido por la puerta, con los que tú no tienes más remedio que sentirse solidaria ya que estos son unos desconocidos, y los ausentes te agujerearon muy amablemente la venita; aunque esas vías de las que ten han colgado ocho horas tus goteos ahora ya no están bien hechas, que mejor más arriba, o más abajo, y de nuevo aparece la agujita, aunque no se preocupe usted que es solo un pinchacito.
Si en el interregno de esa llamada observación, donde lo que se dice mirar no te mira nadie, es necesario un traslado, viene por ti una pandilla de cinco o seis, vestidos con uniformes impermeables, botas, cinturones amarillos y chalecos reflectantes. Te rodean, y esos sí que te observan con mucho interés, aunque tú estás segura de que lo que fuera que dejaron atrás, como algún terremoto, gota fría o cualquier otro desastre natural, era muchísimo más importante que tú. En ese momento todo se acelera. Suben y bajan las patas de la camilla con movimientos rápidos y precisos, los encajes metálicos suenan contundentes al acoplarse, pero tú no puedes evitar pensar en la consabida imagen de la camilla deslizándose escaleras abajo, incluso hasta la calle, donde ojalá el semáforo esté en verde para los peatones. Los del hospital les han dado el correspondiente parte médico, pero parece que ellos no se fían mucho porque dentro de la ambulancia te repiten los controles. Y ahora viene lo realmente divertido: el recorrido a toda pastilla con la sirena aullando por la ciudad, que aunque tú no puedas verlo, disfrutas por una vez de trasgredir legalmente todas las normas de tráfico.
Finalmente comienza la prueba estrella, la que será definitiva, en la que te envuelven con unas sábanas plateadas y utilizan monitores grandes, que ya quisiera yo una de esas televisiones para mi casa, por los que van apareciendo tus órganos en forma de sombras, y ellos los van comentando. Gire usted la cabecita; y no te queda más remedio que volverte para verlos mejor, por si los habías intentado evitar, conforme ese artilugio con nombre de cateto pero seguro que de una generación muy inteligente, va penetrando por tus arterias. Muy bien todo, muy bien… Y yo que me alegro, pero a ver cuando terminan que solo de pensar en que me están cableando por dentro me siento un engendro tecno orgánico.
Sin embargo es obligado que la observación continúe en el mismo lugar de siempre. Como ya eres un habitante sedentario, te conviertes tú en la observadora: del chico que ha tenido un accidente de moto y, a pesar de que lo han aislado por una cortina, alguien deja su ropa en tu cama mientras continua el revuelo a su alrededor, hasta que finalmente parece que el calmante hace su efecto y el chico deja de gemir, y entonces es cuando se lo llevan; a la vagabunda rumana, que ingresan de madrugada con una herida, y no sabe nada de español, pero no para de pedir, y se le entiende perfectamente, que ella lo que quiere es irse de allí, como si le tuviera pánico a las batas blancas o azules que la rodean, aunque debería aprovecharse porque tiene el aspecto de no haber descansado en una cama tan limpia desde hace tiempo; o el señor mayor, con un rutinario desarreglo de su glucemia que se sabe el protocolo mejor que las enfermeras, y a las que está encantando de contarles los nietos que tiene y como echa de menos cuando él también trabajaba.
Por fin te devuelven tu ropa y tu libertad y sales a la calle deseando recuperar ese tiempo perdido. Los naranjos de las aceras tienen un verde más intenso, como los rojos, cobaltos, hasta los grises de los coches, igual que es más cristalino el brillo de los escaparates. Adviertes que las personas viejas tienen más arrugas, y que los niños en sus cochecitos son más sonrosados, y oyes que alguien, al otro lado de la calle, se está riendo. Puedes percibir los contornos nítidos de los objetos, aumentados de volumen, arrojando sombras, en ese agudo instante de conciencia sobre tu presente, lo único que posees.
Reyes García-Doncel
Blog: https://universointroito.wordpress.com

2Comments

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  1. 1
    beatriz berrocal pérez

    Cierto, Reyes. Muy bien contado. A veces, los profesionales sanitarios nos olvidamos de que lo cotidiano para nosotros es excepcional para el paciente, y todos esos pinchacitos y agujitas que amablemente introducimos en sus cuerpecitos, les fastidian un montoncito…

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