Sin conflicto no hay trama. Pienso en la movilidad estática del péndulo, su oscilación periódica guarda similitud con el vaivén angustiado de quien anda las calles sin horas por no volver a casa. También, de quien anda la casa sin calles cansado de soledades.
Los últimos años de vida han serenado mi temperamento. A base de prueba y error comencé a calibrar las fugaces consecuencias de lo intangible. Ahí, detecté las distinguidas habitantes de ese imperio sin materia; las muecas, las palabras y las prisas. Inventariar las razones que dan vida a dicha triada es hazaña de un cuerpo en obligado reposo.
En relación a esto, los frailes solían decir que el principio de todo mal radica en el movimiento. Diógenes reafirmaba su existencia a partir del movimiento sin rumbo. Aristóteles estimulaba el debate dando largas caminatas alrededor de la academia. Hoy, desde el encierro, las afueras lucen su antojo. La restricción de movilidad de un mundo infectado, por algo más que un virus, radicaliza la velocidad pública de los deprimidamente ensimismados.
No importa qué suceda, mantengo la calma. Cedo el paso en el supermercado, cedo la palabra en discusiones insustanciales. Contemplo el trote de los viajeros. Cruzan el horizonte como quien huye de un incendio amazónico. Mientras sus siluetas se hacen eco les invento biografías. Planeo el siguiente movimiento, me descubro hecho carbón, fósil. Témpano inflamado. ¿Tanto leer para qué? ¿Tanto escribir para qué? Tanto pensar para qué, si acaba por devorarme la manía de ser estatua.
Los últimos años de vida han serenado mi temperamento. A base de prueba y error comencé a calibrar las fugaces consecuencias de lo intangible. Ahí, detecté las distinguidas habitantes de ese imperio sin materia; las muecas, las palabras y las prisas. Inventariar las razones que dan vida a dicha triada es hazaña de un cuerpo en obligado reposo.
En relación a esto, los frailes solían decir que el principio de todo mal radica en el movimiento. Diógenes reafirmaba su existencia a partir del movimiento sin rumbo. Aristóteles estimulaba el debate dando largas caminatas alrededor de la academia. Hoy, desde el encierro, las afueras lucen su antojo. La restricción de movilidad de un mundo infectado, por algo más que un virus, radicaliza la velocidad pública de los deprimidamente ensimismados.
No importa qué suceda, mantengo la calma. Cedo el paso en el supermercado, cedo la palabra en discusiones insustanciales. Contemplo el trote de los viajeros. Cruzan el horizonte como quien huye de un incendio amazónico. Mientras sus siluetas se hacen eco les invento biografías. Planeo el siguiente movimiento, me descubro hecho carbón, fósil. Témpano inflamado. ¿Tanto leer para qué? ¿Tanto escribir para qué? Tanto pensar para qué, si acaba por devorarme la manía de ser estatua.