En todos los lagos de regiones frías habitan monstruos. Es un hecho. Él lo sabe y su hijo de diez años lo intuye. Bueno. Bien puede ser que su arenga nocturna, los cuentos para adormecer y los relatos para acompañar el sueño hayan tenido impacto en la imaginación de Martín. Es probable que haya sido así. No hay forma de saberlo ahora.
Han ido de excursión, campamento tras campamento, por los lagos patagónicos. Uno tras otro recorriéndolos encadenados como cuentas de rosario. Sólo ellos, sin más compañía que el frío y las historias de Nessie y las esperanzas de conocer a Nahuelito.
Alquilar un bote para pescar no fue tarea difícil. Bastó con no decir qué pescarían. El tipo vuelve solo; sin caña, sin hijo, sin esperanzas. El silencio esclaviza, esta vez. ¿Para qué hablar? El monstruo no le devolvería al pibe. ¿Quién le creería? Asomado en el borde, mirando hacia abajo, un par de ojos lo miran. Chasquea los dedos igual que cuando llama a los perros callejeros. ¡Entiende! ¡Hace caso! Ahí viene. Un cuello largo, como de jirafa, sube y sube hasta llegar a la superficie del lago helado. La boca hambrienta se abre agradecida con el manjar. ¡Debe haber un dios de los monstruos y se ha acordado de él!
Él fuma. Alucina. Recrea la vida de su hijo desde el primer momento en que lo tuvo en sus brazos hasta… Regresa año tras año al centro del lago. Hay estelas sin embarcaciones. Son los rastros del monstruo. No hay forma de saberlo ahora.
+ There are no comments
Add yours