¿Existe realmente la libertad?¿O solo lo hace en el orden simbólico?
A medida que pasaban vorazmente los segundos, más se expandía la idea en mi mente. No estaba pudiendo distinguir con claridad si la atracción la ejercía el hecho por su dramático final o por la duda que dejaría instaurada para siempre. No importaba, misterio y dolor era la combinación perfecta para el sello del final.
Empezaba a ganarme la ansiedad y la angustia despuntaba sus garras en mi garganta, pero tal vez por algún deseo perverso, la idea me atraía. La disfrutaba. Sí. Era una idea preciosa: la ejecutaría sin pensarlo más.
No, no, mejor no. Lo insinuaría, pero lo detendría antes del impacto. Al evitarlo podría medir sus resultados. ¡Oh! ¡Qué gozo perverso! Sí, sí. Lo efectuaría de esa manera. A mí manera.
El deseo se adueñaba de mí, me daba poder. Tanto como para perder el poder sobre mí misma.
– ¿Sobre quién? – dijo esa voz en mi interior.
– ¿Y vos quién sos? – remató, dándome un empuje casi mortal.
– Qué importa – me dije, acallándola. Si nadie entiende a nadie. Por otra parte, nunca le temí al peligro. Así que éste no era momento para iniciarme en temas cobardes ni en el pusilánime deseo de ser comprendida por otros. Lo haría. Lo estaba consiguiendo. Sí, quería mi libertad y allí estaba yo: una extranjera en todas partes, hasta en mi propio ser.
Lo haría. Dejaría así clavada una duda para los desconfiados de siempre, para los que desdeñaban pensar, para los que tildaron de incomprensibles cada una de mis decisiones vitales. Sí, de esta manera se les aclararía tanto el hecho como se les encubriría la verdad. Era el precio justo. Jamás la buscaron.
Lo haría. Me empecinaba más y más. ¿Acaso la terquedad no era mi rasgo más comentado?
Un grupo polimorfo de técnicos, curiosos, policías y personal de seguridad rodeaba el cuerpo de la mujer que yacía explotado en la pista junto al viejo hangar. Su paracaídas no habría funcionado. Hervían los trascendidos: no habría sido ni siquiera pulsado para abrirse.
Tiempo después, abogados de la familia de la mujer emprendieron acciones contra MyWay SA, la reconocida empresa fabricante de paracaídas. Las pericias técnicas habían finalizado y sus resultados parecían irrefutables. El equipo de la fallecida C.M. tenía defectos constructivos. Era irrelevante determinar si la señorita había intentado abrirlo o no. De todos modos, el mecanismo no hubiera funcionado.