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ENAMORAMIENTOS by Pedro Mtz. de Lahidalga

Presentamos a un nuevo colaborador de MasticadoresDeLetras, reside en el mono calvo Bienvenido! -j re crivello

 “Que el amor es lo eterno y no lo amado” (Luis Cernuda, en Vereda del cuco del poemario Como quien espera el alba)

 Verso que da sentido a la pieza de orfebrería literaria “Cuerpos sucesivos” (Manuel Vicent, Alfaguara 2003) que el propio autor resume como la historia de un hombre que se debatía entre la melancolía del fin de la seducción y la necesidad de medirse a sí mismo como un héroe para rescatar de la destrucción a una mujer con el arma de las palabras, de los viajes imaginarios, de los sueños imposibles al alcance de la mano. A través del cuerpo de esta mujer el amante derruido se encontraría resucitando en otro cuerpo. Y añade: Nada que no suceda todos los días.

Adolescente, desde la ventanilla del vagón que me conduce a la gran ciudad donde estudio, contemplo somnoliento la noche de un azul casi negro. Al tiempo, bajo una vaga oscuridad, el tren se va acercando a su destino adentrándose entre los interminables suburbios de la ciudad y me pongo a observar con curiosidad de entomólogo el despertar de la colmena, celdillas que se van encendiendo con una cadencia aparentemente caótica pero a la vez armoniosa y geométrica. Proyecto en mi imaginación las azarosas vidas encerradas tras aquel mosaico de ventanas relampagueantes, mínimas en la distancia, de celdas habitadas por personas únicas y maravillosas que probablemente nunca llegue a conocer. Las primeras luces las adjudico a obreros madrugadores, aquélla a una familia con hijos pequeños enfebrecidos, justo debajo un anciano solitario con insomnio, detrás con una luz muy tenue se adivina una pareja de enamorados amándose… y a lo lejos, un destello casi imperceptible, la presentida habitación donde duerme una niña que no sabe que me espera y que me juro no descansar en esta vida hasta encontrarla. Me azora pensar qué me deparará ese insondable viaje hasta llegar a ella, qué fuerzas del destino habrá que retorcer, cuánto tiempo durará la búsqueda, en qué hogar nos amaremos... Al alba el tren entra en la estación, el cielo ha tornado a un azul anaranjado.

 Mi juventud sevillana, tardes de novias bellísimas que aún no lo sabían (que fuesen  mis novias y que eran bellísimas) ni tenían conciencia, o sí, de la irresistible seducción que provocaban sus movimientos, de la fascinación que me producían sus susurrantes palabras seseadas o la magia que se desprendía de aquellas sílabas aspiradas… Nunca había escuchado un español hablado con esa sensibilidad nueva y para mí desconocida, esa música armonizando (aromatizando) cada frase, esas palabras inacabadas y perfectas (perfectas por inacabadas), esas sílabas apenas suspiradas… Así que, enamorado que ya lo estaba de mis  sucesivas novias, me acabé enamorando también de sus fonemas, o al revés.

 En la manía enfermiza que tengo de proyectar referencias culturales a todo, lo que estaba viviendo me sonaba a lo que había sido la llegada del Modernismo (y con él la modernidad) de la mano del “indio” Rubén Darío, devolviéndonos el español a los españoles con una sintaxis nueva que reinventaba el idioma y le daba una musicalidad que no tenía. Sobrevolando así con elegancia las aguas empantanadas en las que por aquel entonces chapoteaba toda esa plasta de neoclásicos, posrománticos y provincianismos varios (Menéndez Pelayo, Campoamor, Núñez de Arce… y por ahí). Recientemente he tenido la ocasión de rememorar aquella etapa de mi vida ¡ay! viendo y escuchando cantar a la India Martínez, tan guapa. Luego me he enterado de que su nombre real es Jennifer Jessica; no me ha importado, la voy a seguir queriendo.

 Pasados algunos años y alguna desventura, el azar quiso que me topara en un bar con el perfil muy puro de una Ingrid Bergman jovencísima, a la que conocí mediante la atolondrada maniobra de pedirle fuego (yo no fumaba y sospeché que ella tampoco) para sobre esa nada y sólo con el arma de las palabras, terminar construyendo una historia y, quizás, rescatando un sueño.

 Aquella chica del bar era muy joven, no fumaba y sólo bebía TriNaranjus, pero tenía el alma conectada a la tierra por el ombligo y la seguridad suficiente del que sabe cuándo domina el terreno. Al tiempo, mirando una fotografía con nuestro hijo al poco de nacer, quise traducir en palabras lo que veía en esa imagen y dejé escrito de corrido sobre una servilleta de papel esta rendición en forma de poema en prosa, al que titulé El rostro y la mirada

El rostro y la mirada

El rostro en escorzo irradia serenidad,

los ojos y el pálpito de la nariz / contienen calidad felina

la boca promete sensualidad / sobre un óvalo que se dibuja perfecto

el cuello en su esbeltez / pertenece a una gacela muy joven.

La mirada se proyecta al futuro, el hijo,

con la fuerza atávica de todas las madres / de todas las vidas

le da densidad humana / y argumenta la imagen.

El semblante seduce con una atracción / que supera la ley de la gravedad

y te condena sin remisión / a cadena perpetua de amor.

 Sí, ha pasado el tiempo, ya no aprecio tanto aquella musicalidad que de joven me había fascinado (no sé si avergonzado o aburrido de la exaltación ridícula que hacen las televisiones autonómicas enalteciendo los estereotipos como cultura, en un proceso acelerado de caricaturización de sí mismos). He llegado a conocer a un considerable número de personas, todas únicas, la mayoría bondadosas y algunas maravillosas (también a ciertos individuos despreciables) y ahora me encuentro resucitando en esa mujer, que antes fuera la chica del bar y aún antes el sueño adolescente de aquella niña.

 Nada que no suceda todos los días.

elmonocalvo.wordpress.com

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