He ido a la notaría. El notario ha leído él mismo y en voz alta el documento porque así es la formalidad de la tarea. Tras mi nombre, que no deja lugar a dudas sobre mi género, ha empezado a llamarme “la parte actora” dando el mismo tratamiento al otro firmante de la escritura, también varón.
Empieza uno a sentirse harto de esta discriminación lingüística (ya: la lingüística, la gramática, la semántica… ¡hasta lapalabra! y, claro, su estudio: la etimología) donde algunas personas se escudan agazapadas para seguir zahiriéndonos y, por si fuera poco, hay quien dice solidarizarse y nos llama víctimas sin darse cuenta de que incurre su fraternal concordia en la incorrección de evitar la palabra “víctimos” que es la lógica.
Y ¿cómo la norma no iba a tener su excepción? Nos han dejado el diccionario. “¿veis? ¿veis como no es para tanto?” A saber, si no será con la aviesa idea de que lo tengamos ordenadito y limpio, dispuesto a ser usado cuando le requieran. (huuummmjummm…)
A nuestro reclamo alegan en su defensa la tradición, la costumbre, la filología, -cuando no es más que la imagen especular de una sociedad- para seguir negándose, por ejemplo, a referirse a los oficios que ejercemos con el debido respeto a nuestro género y se empecinan en llamarnos ebanista, taxista, policía, periodista, guardia, dentista, pediatra, electricista… ¡y cuán tenazas son en sus insistencias!
Hace unos días manifesté mi disgusto de modo un tanto altisonante, grosero, y dije estar hasta los… mismísimos. Sí, pronuncié la palabra. ¡Pues ni eso! Fui reconvenido con una sugerencia pretendidamente amable “¿Y por qué no dice usted “hasta las gónadas”, que es más fino?” ¿Las gónadas…señora?
No sé si es falta de respeto o simple ignorancia carente de mala intención, pero ¿nadie hará nada? Va a quedar, pues, sin corregir algo que discrimina a la mitad de los habitantes de este país, de esta patria que es nuestro idioma, nuestra lengua…. materna ¡mira tú…!