sábado, diciembre 9 2023

Adiós a Fernando Marías

Imagen tomada de Pinterest

El sábado 7 de febrero nos dejó Fernando Marías, escritor y guionista. En su haber varios premios y menciones como El Nadal con “El Niño de los coroneles”, el premio Ateneo de Sevilla con “El mundo se acaba todos los días”, entre otros. Su novela “La luz prodigiosa” más tarde se llevó al cine, así como “El invasor”.

En su memoria, traemos una entrevista realizada por Rafael Reig y publicada en Ambito Cultura: l https://ambitocultural.es

La disciplina de la cortesía

Fernando Marías es el único abstemio con el que se puede ir de copas: él no bebe, pero no se concede el derecho a un sentimiento de superioridad sobre los que beben.

Así veo a Fernando también en sus novelas: un escritor que nunca mira por encima del hombro a sus lectores.

Es alto, de mirada transparente y sonrisa algo traviesa, como si en lo que dice hubiera escondido alguna trampa y estuviera esperando a que caigas en ella para soltar una carcajada.

-Yo soy de Bilbao -asegura, venga o no venga cuento, como si esa información lo explicara todo.

Llega al De Diego, calle de la Reina, a la hora en punto con el aspecto de recién duchado que le he visto mantener a cualquier hora del día o de la noche, incluso a diez bajo cero en un pueblo de la sierra de Teruel. Es un tipo puntual y muy educado. No se trata sólo de que tenga buenos modales (que los tiene), sino de que se impone la disciplina diaria de hacerle todo lo más fácil y agradable posible a la persona que tenga al lado.

Por eso todas sus novelas son absorbentes, armadas sobre una trama argumental que mantiene en vilo al lector.

Por pura cortesía o, quizá, será porque es que es de Bilbao.

Acabo de leer Todo el amor y casi toda la muerte y se lo comento:

-Tu novela se lee para saber cómo termina. Eso no sube puntos entre la intelectualidad, te lo advierto. Ya sabes que nuestros intelectuales son partidarios de la disciplina inglesa, de novelas “muy exigentes”, “sin concesiones”, que maltraten todo lo posible al lector.

-Me parece esencial que haya un motor de atracción a seguir leyendo. Pero en esta novela las intrigas son, eso creo o al menos eso me propuse, emocionales. No importa quién hizo el disparo, sino qué sentimientos le llevaron a ello.

-¿Cuál fue la chispa que encendió la hoguera de esta novela?

-Te contaré de nuevo lo del ya famoso gatillazo.

-¿Gatillazo? Pero tú ¿no eras de Bilbao?

-Pues ya ves.

-Comprendo: los de Bilbao nacéis donde os da la gana, ¿verdad?

-¡Y tenemos los mejores gatillazos del mundo!

-Venga, cuenta, cuenta.

Me pedí otra copa, un whisky, para escuchar el relato del Formidable Gatillazo de Un Escritor de Bilbao, toda una “leyenda urbana” en el mundo de las letras y que a veces se atribuye a Juan Bas.
Quiero aclarar las cosas: nada más falso. El auténtico protagonista es Fernando Marías.

El Legendario gatillazo

-En 2005, me fui de vacaciones con cierta editora que tú conoces bien, y con la llevaba tiempo construyendo una relación. Nos fuimos a Punta Cana. Al abrir la puerta de la habitación del hotel, me encontré con que era idéntica a la habitación de otro hotel donde había estado con otra mujer muchos años antes. Me impactó, me provocó una impotencia brutal e insuperable. Y a la vez, sentía un deseo sexual enorme por la otra mujer, la del anterior hotel, la del pasado. Deseo por el fantasma, impotencia con la mujer real… Delirio. Conviví con una mujer real y otra existente, o existente solo en mi cabeza. Fui al psicoanalista después del terrible viaje, y poco a poco descubrí que en aquella habitación se habían presentado dos mujeres del pasado con las que la relación no estaba adecuamente cerrada. Esta novela surge del deseo de hablar con aquellos fantasmas.

-Así que te pusiste a escribir, qué remedio.

-Exacto. Y cuando, una mañana sentí que los fantasmas de hace cinco años se habían ido, supe que la novela estaba terminada. No habían venido a mí para hacerme daño. Querían dialogar, encontrar su propia paz. Y lo logramos. Ellas y yo.

-Y luego…, en fin…, ¿te recuperaste de…, aquello? ¿Te volvió la… potencia?

-!Redoblada! !El sexo es mente y la escritura potencia! Estoy en mi mejor momento, Rafita.

-¿Qué lector o imagen de lector tenías en la cabeza? ¿O era lectora?

-Lectoras. Lectoras. Me apetecía hablar a las mujeres, sobre todo. Es un libro en el que hay pocos personajes masculinos (sobre todo uno, el doble protagonista, o triple según se mire: Sebastián, Bastián, Gabriel) y muchas mujeres. Las mujeres me interesan cada vez más, he aprendido mucho de ellas. En los últimos tiempos, desde aquel desastre del 2005, las escucho con atención. Y creo que el libro es claramente para ellas.

-Hay poca ambientación en tu novela, parece un decorado, una casa en un acantalido, un pueblo, una ciudad que es Madrid, pero podía ser cualquier otra, etc. No hay costumbrismo, gracias sean dadas al Señor, ni tampoco esa terquedad en los detalles típica de ciertos best-sellers, que te dicen todas las piezas que forman una mesa y cada prenda de ropa que lleva un tío.

-Quería elaborar una atmósfera, una sensación de escenario flotando ajeno al tiempo. El acantilado, el mar, el caserón… Son imágenes tópicas que me sirven para ubicar el escenario desde la primera línea del libro. Un acantilado en el norte sugiere turbulencias, y así quería que se sintiera el lector. Porque, en efecto, lo que importa es el periplo emocional de los personajes, el hilo de su pensamiento y de su sentimiento.

-A mí me parece que los motivos por debajo de tu novela son el poder y el miedo. No sé si estás de acuerdo.

-Creo que este libro es la historia de un hombre aplastado por el miedo, en un momento, decide enfrentarse con la verdad de su vida para, desde ahí, partir de cero. Es lo que hice yo hace cinco años. Perder el miedo ha sido el resultado, y es lo mejor que puede pasarle a una persona. Venceer el miedo, el miedo en general, a todo, te hace razonablemente invencible.

En la cuerda floja

-Esta es, de tus novelas la que más sexo explícito tiene. ¿Estás de acuerdo? ¿Eres consciente? ¿A qué se debe, o es sólo que estás en una mala edad, casi de viejo verde, je, je?

-¡Hombre, de viejo verde…! ¿No quedamos que estoy en mi mejor momento? Y no sé si te lo he dicho: soy de Bilbao. Pero matizo: un viejo verde es alguien que teme el sexo, que lo mira a hurtadillas, que busca satisfacerlo con subterfugios o con personas indefensas. Yo estoy en el punto justo contrario. Me siento pletórico, y el sexo se tiene que ver. Es uno de los nuestros motores, ¿quien puede vivir sin deseo? Así que de viejo verde nada, joven rojo, en todo caso, je, je. Hay mucho sexo explícito en la novela porque lo requiere. Es una novela en la que se describe una gran pasión sexual. Creo que toda persona, en su aprendizaje, debería conocer una pasión sexual brutal, irrenunciable, salvaje y peligrosa.

-¿Uno de los derechos fundamentales del ciudadano?

-Casi. Derechos y deberes. Yo la viví, se aprende mucho. El riesgo genera deseo. Quise teñir el libro de erotismo, pero me dicen lectores (o sobre todo lectoras) que tiene mucho erotismo, tal vez más del que yo quise poner, qué curioso. Pero me gusta, lo pasé bien escribiendo sexo explícito. No tanto como practicándolo, pero escribirlo tiene una ventaja: puedes echar atrás para matizar una frase, cosa que en la vida real…

Nos quedamos un rato charlando sobre la posibilidad de una moviola sexual y también sobre la paradoja de su novela, que ha servido de moviola en cierto modo: cómo corregir un gatillazo y convertirlo en una intensa narración erótica.

-¿A qué tienen miedo los personajes?¿Al pasado o al futuro? Me parece que les asusta tanto lo que tienen por delante como lo que tienen, quizá sin saberlo, a sus espaldas.

-Esto encaja con esa idea de burbuja temporal que me apeteció definir. La novela está contada en tercera persona y en presente, uniendo momentos temporales distintos, entremezclándolos para crear sensación de que todo transcurre “AHORA”. Creo que el ser humano es un funambulista. Caminamos por el cable (el presente) y tenemos a un lado el pasado, al que no podemos acceder, y al otro el futuro, del que solo podemos imaginar cómo será. Y el presente, ese paupérrimo cable, se extingue a cada paso que damos.

-¿Y cómo se vence el miedo, Fernando?

-Se vence al miedo mirando dentro de uno mismo, soy, por la experiencia vivida durante cinco años, un gran defensor del psicoanálisis. Me ha curado del miedo, y he encontrado la herramienta; mirar dentro de mí, escuchar en serio a los demás, ordenar mis actos. Quien se ordena vence al miedo y, ya lo he dicho antes, se vuelve “casi” invencible.

¿Qué habré hecho anoche sin saberlo?

-En tu novela hay muchas referencias al alcohol, a la dependencia del alcohol y a sus estragos. Sé que no te molesta hablar del asunto, porque si fuera así no habrías escrito El mundo se acaba todos los días, esa escalofriante crónica de un descenso al infierno del alcoholismo. Creo que tú lo usas, ahora que ya no bebes, como símbolo de ese miedo a uno mismo, a saber de qué sería yo capaz (por dinero, por deseo, por maldad), a saber lo que hice anoche y no me acuerdo.

-Evidentemente, haber sido alcohólico salvaje y “casi” terminal (me salvé en la mismísima puerta de la muerte) ha sido una de las experiencias más terribles, pero también una de las más enriquecedoras de toda mi vida. Sin duda marca mis actos y mis libros, tiñe a mis personajes de paranoias. Recuerdo muy bien aquellos amaneceres de “no recordar la víspera”: ¿a quién he ofendido, a quién he hecho daño, en qué bar dejé dinero a deber…? El miedo a aquello de lo que yo sería capaz está, naturalmente. Los ex alcohólicos tenemos esa espada de Damocles: no bebo desde hace trece años y pienso que estoy a salvo. Pero ¿y si bebiera hoy? Siempre recuerdo aquella historia, contada por un médico especialista en el tema, de un famoso publicitario que llevaba 10 años sin beber. Un día bebió un sorbo y lo hallaron cuatro días después en un tugurio horrible, sucio, con barba de esos cuatro días, en compañía inmunda y habiendo vuelto a ser el borracho que fue. Nunca olvido esa historia. Nunca olvido que soy un alcohólico que logró regresar de la muerte.

-Voy a pedir otro whisky. ¿Qué quieres?

-Agua.

-¿Agua mineral?

-¿Hay otra? ¿Tienen agua no mineral aquí?

-Ni idea, yo de agua no entiendo. Creo que “agua mineral” significa embotellada, por oposición a agua del grifo. Es como “subsahariano”, que ahora debe de significar negro, porque la policía, a simple vista, sabe que unos tipos son “subsaharianos”. Por cierto, Fernando, ésta es una de tus pocas novelas en las que uno de los centros es la paternidad. Hay una madre y un hijo (muerto), y también están (casi simétricos o antagónicos) Vera y su padre. Además, por supuesto, Leonor y su hijo muerto. A mí el padre de Vera y su relación con la hija me parece un personaje soberbio, pero en cualquier caso sí veo una exploración de relaciones que no veía antes en tus libros: la paternidad, el amor filial, frente al amor carnal, etc. Y una mirada a la paternidad (o maternidad) sin paños calientes, con la ambigüedad y complejidad del fenómeno. En ese sentido me parece que la novela es más abarcadora, más humana. ¿Es cosa de tu edad difícil este interés en la paternidad, je je?

-Bueno, insisto en que estoy en mi mejor momento, je, je. Pero creo que esas reflexiones y personajes que se mueven alrededor de la paternidad en su lado más oscuro y mortal pueden surgir de esa reflexión, del deseo de perdurar que a todos nos asalta en algún momento, tal vez. Tendré que transmitirle la pregunta al psicoanalista, pero sin duda la paternidad está en este libro. Te contaré su respuesta. Por cierto, que el padre de Vera, Julián, es también un personaje que me apasiona.

-Me parece que en esta novela has decidido demostrarnos a los lectores que siempre trataba de nosotros. Me explico: tus novelas siempre han sido grandes aventuras, personajes excesivos (nazis, criminales, vampiros, qué sé yo), pero en realidad lo que nos dices ahora es que las pasiones humanas son las mismas. No hace falta un nazi: cualquiera puede ejercer un poder repugnante sobre su pareja. No hace falta un vampiro: cualquier relación, el noviazgo más banal, puede ser vampirismo, etc.

-Desde luego, trata del ser humano. Creo que un escritor, cuando se va haciendo adulto (algo que seguramente no acaba de ocurrir nunca) va liberándose de prendas que ha tomado prestadas hasta quedar desnudo. Yo he dejado caer a los nazis, a los vampiros y a los invasores (de los que no reniego, ojo) para mostrar a seres humanos. Creo que el frutero de la esquina puede ser capaz de lo mejor y de lo peor, igual que un héroe o un demonio. ¿Por qué no mostrarlo así?

El monstruo de Frankenstein

-Háblame de Vera. Me parece un personaje inolvidable, para mí la gran creación de esta novela, lo más alejado a una idealización. Una mujer que es sórdida y sublime. Generosa y calculadora. Mezquina y brillante. Verdugo y víctima. Es una femme fatale del módelo clásico inolvidable. ¿De dónde la has sacado? ¿Cómo se lo ha tomado tu novia?

-Vera es maravillosa, me encantaría conocerla. Y una de las cosas que más me gusta es que en realidad nunca aparece en la novela, todo lo que sabemos de ella es a través de lo que los hombres de su vida dicen o recuerdan de ella. La amo. Enamora. Y creo que tiene mucho de algunas mujeres excepcionales que he conocido. Vera es mi monstruo de Frankenstein: he puesto de aquí y de allá hasta crear la mujer ideal: indómita y peligrosa. ¿Se puede pedir más?

-¿Y qué dice tu novia?

-¿Qué novia?¡No me acotes el terreno justo ahora!

-Que estás en tu mejor momento.

-Eso. Disponible y en mi mejor momento. Y no sé si lo he dicho: es que soy de Bilbao. A esa novia en la que piensas le ha encantado, tiene mucho de ella.

-Te veo algo fatalista en esta novela ¿o no? El amor verdadero dura poco y sucede por debajo del agua, donde no hay oxígeno. Y luego se transforma en odio, en maldición. El amor es tramposo y lleno de conflictos de poder. Lleva dentro la semilla de la destrucción, de la locura, de la muerte.

-¿Pero es que el amor no puede ser así? Puede ser maravilloso, y puede ser patológico. El deseo enloquecido, obsesivo, puede destruir, y aún hay quien lo llama equivocadamente amor. Pero ese deseo que te arrastra aun sabiendo que es nefasto… ¿no es una de las mejores cosas de la vida?

-A la vez que hay mucho placer físico, mucho sexo, hay mucho dolor físico también. Escenas memorables y algo sádicas, la verdad. No sé, yo veo cierta ambigüedad moral en el fondo de la novela, una comprensión de las dos caras de toda acción.

-Más que ambigüedad moral, diría que hay percepción de que todo es fusión de lo bueno y lo malo en distintos grados. La pasión es sublime, pero puede matar. La rutina te mantiene a salvo, pero puede destruirte por aburrimiento, El amor excesivo, ¿no es lo peor que hay: posesión? Y el cariño limpio, suave, melifluo, sin pasión, ¿a quién le interesa? Somos contradicción. Sentimos afán por tener lo que no tenemos y sentimos, antes o después, indiferencia hacia lo que hemos conseguido. Esa pasión que cruza la calle lleva un neón que dice “peligro”. Pero vamos detrás. Creo que nos salva la escritura (a los que escribimos). Escribir es una postura moral y una estrategia curativa.

-El final, que no voy a destripar, es abierto y algo melancólico. Parece una maldición clásica: cuidado con lo que deseas, porque se cumplirá. Se obtiene todo, pero ¿a qué precio?

-Me parece que entronca con lo anterior. Casi sería la misma respuesta. Claro que todo tiene un precio. Y normalmente es más alto de lo que podemos pagar.

-Bueno, a esto te invito yo.

-Ni hablar, que soy de Bilbao.

-Pero si tú sólo has tomado agua, tío.

-Mineral, no te olvides.

-Vas a criar charca. En fin, yo creo que en esta novela has dado un paso adelante, creando una ficción narrativa más densa y personal, y que interpela al lector. ¿Tú estás satisfecho?

-Estoy muy, muy satisfecho. Creo que es un paso adelante. Todas las novelas deberían serlo.

Fernando Marías, en su mejor momento y de Bilbao, ha escrito una novela apasionante y apasionada.

Se levanta de pronto y se acerca a la barra a saludar a dos mujeres muy atractivas. No sé qué les estará diciendo, pero se ríen sin parar y se arreglan, nerviosas, el peinado. Me imagino que ya les habrá transmitido una valiosa información: que él es de Bilbao. Sea lo que sea, les ha debido de decir algo que al parecer requiere que la morena se ponga a tocar el brazo de Fernando cada dos por tres.

Es intolerable.

Con un rencor mal disimulado me levanto y me despido:

-Bueno, ya nos veremos, Fernando. Y sí, vale: pagas tú las copas.

Ahí le dejo, en su mejor momento.

Un hombre que ha hecho las paces consigo mismo y por eso se ha reconciliado con el mundo.

Un escritor que tiene algo que decir porque es capaz de escuchar a sus lectores.


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