

Además de la confirmación de que no erraste al elegir diseño y que nada más llegar a casa te parezca un trapo porque lo de la calidad, si leíste la etiqueta, casi que deja fuera el error. Pocas prendas tienes puestas tanto rato y tan seguido. Ya sólo por eso merece la pena dedicarle su tiempo a la elección y porque es para tu solo disfrute -o el de alguna íntima- pero alejado de la coquetería de epatar en eventos sociales o no más que lucir ante con quien el azar te cruce en la calle.
Hay pijamas de pantalón y chaqueta o camisola que parecen de vestir y reclaman corbata tanto como planchado con raya y que, fuera de la cama, requieren batín acorde a su presunta condición de hijodalgo y zapatillas símil ante, qué menos, si para las fetén no alcanza. Hay quien se hace grabar sus iniciales en el bolsillo pectoral donde un pañuelo colocado a norma no está de más, incluso atilda el atuendo.
Los míos son de los de meter la cabeza -toda una metáfora si bien se mira- y sacarla al otro lado del túnel de franela. Esquijamas los llamaba mi abuela.
Era rojo burdeos con rayas aquel que compré para la escapada con Lara a unos días de ilusión requemada y esperanza pobre.
El de Italia era -también rayado- negro; beig, azul el pantalón, el de irme de buceo a Islazul…. En todos encontré comodidad, acogimiento, si no abrazo sí bienestar hogareño con perrazo enorme adormilado ante la chimenea encendida adornando de chasquidos algún disco de jazz o reflejándose en El Moldava para las noches prólogo de amanecida de charcos helados y vaho en los cristales.
Tuve uno amarillo, muy amarillo. Me lo prestaron ya ciertamente usado una noche de imprevisión y lo adopté, que siempre es mejor que un simple me quedé con él. Luego juré y perjuré que era mío, incluso llegué a rememorar la hermosa voz que tenía la vendedora que me atendió y el descuento que me hizo. Todos sabíamos la verdad pero mi historia era más bonita.
Este que acabo de comprar, pantalón azulón fronterizo con el negro y jersey rayado -otra vez rayado- en alternando azul marino y blanco. Aproximadamente azul con relativamente blanco, además del caduco valor de lo nuevo cumple con las condiciones del buen pijama, a saber: cómodo -sine qua non- es discreto a la par que elegante, de diseño tan usado como esta misma forma retórica, carece, y es virtud tal carencia, de motivos vegetales o animales reales o tomados de la fantasía de ilustraciones infantiloides muy útiles en los calendarios del Ratoncito Pérez pero no más. Y ¡alabado sea Dios! La marca está donde debe estar, en la parte trasera del cuello, sin constituirse en alarido pretendidamente ornamental que torna la prenda en púlpito ostentoso del poder adquisitivo que conlleva su privilegiado uso.
Luego se gastan, pierden lustre y paralelismo las rayas pero siguen siendo acogedores y amigos hasta que no pueden más y las agresiones de los detergentes tanto como mis vueltas y revueltas en la cama hacen que un puntito que se suelta devenga en desgarrón creciente. Entonces dos finales previsibles:
Enérgico arrugón entrambas manos y decidido apechugue en la bolsa de la basura o conversión vía rasgaduras en trapos para diversos usos que del polvo de los muebles llegará -y son amén que lo ensalce- al pulido del calzado recién embetunado… casi que prefiero….ay! Deja, deja, que aún es nuevo.
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