jueves, abril 25 2024

CARRETERAS SECUNDARIAS

By Neus Bonet i Sala

Había ya anochecido cuando corría aun por las callejuelas de la judería de Toledo hacia el coche. Con 22 años y recién salida de la Universidad, había empezado a trabajar como redactora en una revista de Historia. El reportaje se trataba sobre el barrio de la judería y sus leyendas, como la del pozo Amargo y la antigua sinagoga, Santa María la Blanca. Se me alargó la entrevista con el historiador de la ciudad. Al día siguiente tenía que estar en la redacción a primera hora de la mañana y tenía 400 quilómetros por delante y una tartana como coche que me habían prestado para el viaje. Así que me dispuse a conducir de una tirada.

Pensando en la leyenda del pozo, me despisté y me desvié sin querer por una carretera secundaria. En esos tiempos, en los cuales no existían aun ni los GPS, ni los móviles, terminé perdida en la estepa madrileña. Sola, con una cámara de fotos, los apuntes y un coche viejo. Ya era pasada medianoche, así que preferí buscar algún sitio para dormir por esa zona. Después de media hora conduciendo y no encontrar ni una sola hacienda en las inmediaciones, vi una débil luz en el horizonte. Parecía una pensión en medio de la nada. Paré el coche y entré. Antes de tener que dormir en el coche en pleno invierno, con temperaturas a bajo cero, dormiría donde fuera.

Cuando entré en ese antro, por no decir otra cosa, me quedé helada. Solo se veían ojos de cristal en las paredes, los de las cabezas y los cuerpos disecados. El propietario debía ser taxidermista como el de la película de “Psicosis”. Al fondo, en una mesita, dos hombres con cara de pocos amigos, vestidos con trajes de cacería y una mujer de tez lúgubre, con vestido negro y moño canoso mal hecho estaban bebiendo y hablando entre ellos. Al verme, se callaron de golpe. Desconfié un poco al ver cómo me examinaban de arriba a abajo. Pero ya estaba dentro, y no sé si fue, por vergüenza u orgullo, decidí ir directamente hacia la mesa a preguntar si tenían una habitación para pernoctar.

La mujer me observaba incrédula, y los dos hombres se miraron de reojo mutuamente y afirmaron con la cabeza que tenían un lugar donde pasar la noche.

Poco después de concretar el precio, me dijeron que teníamos que ir con el coche hasta el lugar… ¿pero, no era allí? Sin hacer preguntas, subí con ellos al coche. Justo esa noche había luna nueva, es decir, luz nula. Serpenteamos por carreteras de tierra durante unos cinco minutos, los cuales me pareció una eternidad. Hasta que paramos en una colina. Había un par de cabañas viejas con un pozo al lado. Ya no podía dar marcha atrás, aunque el temor que sentía por quedarme allí sola, o con esa gente, era grande.

Me aferré a mi cámara, pues siempre la podría usar como martillo y salir corriendo, pero no fue así. Nos adentramos en una de las cabañas. En ese momento, me hubiera gustado quedarme en la otra casa, entre esos ojos de cristal mirándome

fijamente. Había un largo pasillo con puertas a lado y lado. Pasamos tres puertas y al llegar a la cuarta, el más viejo la abrió y dijo:

—Este será tu dormitorio esta noche. Hasta mañana.

Los dos se fueron por donde habíamos venido y desaparecieron en la oscuridad.

El dormitorio, por así decirlo, era un lugar oscuro, iluminado solamente por una triste bombilla colgada en el centro de la habitación, una cama con sábanas amarillentas y una ventana pequeña sin cortina alguna que daba justo frente al coche y al pozo. Ese pozo me daba mala espina. Estaba aterrada. Veía sombras en el exterior – o eso me parecía-, cánticos lejanos de lúgubres voces procedentes del fondo de la tierra. Me dio la impresión que alguien me vigilaba. Por un momento hasta me pareció notar una respiración detrás de la nuca cuando quise inspeccionar la zona con mi cámara-martillo en mano.

¿Era mi mente o era real todo aquello que sentía? Lo que puede hacer el intelecto en situaciones como esas, de soledad, en un lugar desconocido.

Fui incapaz de salir de la habitación en toda la noche y aun menos dormir en esa cama. Quise cerrar la puerta, pero esta no tenía cerradura, y me apoyé en la misma, bloqueando el paso a cualquier persona ajena. Me quedé toda la noche sentada, de cuclillas en el suelo, con los ojos bien abiertos, hasta que amaneció. No esperé a que vinieran a recogerme. Con los primeros rayos de luz, salí de ese sitio y corrí hacía el coche, como una loca, mirando de reojo ese pozo tétrico lleno de cadáveres y agua –o eso me parecía a mi-. Conduje hasta la vieja hacienda. Dejé el dinero en la entrada, pues no quería quedarme ni un segundo más en ese sitio. La tartana se convirtió en un Ferrari por esas carreteras secundarias. Busqué la carretera principal, y la pesadilla desapareció detrás de la polvareda.

Años más tarde, volví a ese lugar, esta vez con compañía. No había indicios de hacienda alguna, ni cabañas en la colina, ni pozo, ni tan solo ruinas.

¿Fue realmente mi mente la que me traicionó o solo fue un sueño? Lo que, si sé, es que después de todos estos años, hay aun veces que, en medio de la noche, me despierto sobresaltada y con mucha angustia. Terrores nocturnos de esa noche mal vivida. 

Neus Bonet i Sala

Blog: https://elplumierdenenuse.wordpress.com

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