
Imagen aportada por el autor
Cada uno se cura como puede, con la farmacopea de destilados, caricias o desmemorias que tenga a su alcance. Yo lo hice a cucharadas de plurales y pretéritos a partes iguales hasta el atraganto… y no creas que no me gustaría decir que es una terapia de mi autoría y que tras pruebas a doble ciego y control con placebos se ha admitido… pero a mí me sirvió. En pretérito singular y a doble pronombre, ahora sí: el fin pretendido.
Decir, íbamos, éramos, estábamos… contiene que ya no vamos, que ya no somos, que ya no estamos, que aquel tiempo se acabó y que tal vez vaya, sea y esté. Solo.
Un abracadabra siniestro vació el escenario, fundió las luces y dejó el fundamento del plural abandonado en el espacio donde se habrá desvanecido. Claro que dolió y cada vez que usaba uno para explicar algo dolía porque repetía una vez más que ya no, pero la herida mutó en callo. Quizás levanté la postilla demasiadas veces, tal vez le hice sangrar más de lo natural (lo quiera que eso sea) pero la sangre expulsada se fue llevando todo: los gérmenes causantes de la infección y los que, constituidos en vacuna protegían la desnudez del alma en noches de helada. Y me hice al frio.
Con las cicatrices no encuentro remedio. Me quedan en las piernas marcas de caídas de la bici, una ceja con testigo de aventura infantil y una buena colección de cortadas en el taller pero aún tengo cinco dedos en cada mano para la caricia en la piel y el pulso en las cuerdas, para lo minucioso en la madera. Quizás no sean más que un marcapáginas negro para los párrafos del duelo pero también los tengo blancos y en forma de campana que anuncia el alba, la hora del reposo cuando llegue.
1 Comments
Acabo de recordar que hace ya muchos años que me caducó la vacuna del tétanos.