Me he bebido más tragos amargos de los que debería, en mi triste visión de el que mira solo soy un espectador más:
Ella se sabía la que callada, no decía las cosas por no molestar. Tanto callar, la hacía reconcomer pensamientos que la enfangaban de emociones sin resorte. Fui otro más que sintió la pérdida de su partida. Mientras viajaba ilusionado a su lado. Se sabía exultante, rebosante de felicidad, animada y creativa. Pero eso, llegaría con el tiempo.
Su mayor, la alentaba a regresar. Cuando de fiesta en fiesta, acompañada de un fragor envuelto de embestidas palpitantes se divertían entre trago y trago. ¿Era ella misma o era fruto de la liberación del alcohol? Solo sé que se dejaba llevar por lo correcto y verdadero. Aunque ello la llevara a sentirse incomprendida.
Lejos de su mayor y con el alma encapotada por el rechazo y único sustento de lo que comenzó a llamar amor. Envuelta del cariño de su mayor, le recordaba “éste es tu hogar, vente, piénsalo” entonces un revuelo navegaba entre mares coléricos. Y la contra era quedarse en ese nuevo lugar. Aguantando, llorando, doliendo. «Hay que aguantar, pues esto es lo que has decidido», se decía.
Tras el auricular, una lágrima silenciosa brotaba de su mayor. Obviamente no se percató, pero soy hermano del otro sentir, el de su sangre menor. Y pude captar, el ronqueo, de una voz , que se ahogaba en un llanto que quería huir, hacer su viaje hasta donde estaba ella y arroparla. Claro que soy joven, no lo entendí. Hasta que después de tanto, forcejeo, frustración y casi jugar con la estabilidad de mi sanidad y juventud. Anidé el buen estado de la calma y no hubo sobresaltos, ni sensaciones abruptas, bravas, ni aceleradas. La serenidad estaba en mí: Por fin, había vuelto a casa.
Pues este corazón que llevo por nombre, aprendió por las malas, que la salud, era algo que se puede tener.
Ella se sabía la que callada, no decía las cosas por no molestar. Tanto callar, la hacía reconcomer pensamientos que la enfangaban de emociones sin resorte. Fui otro más que sintió la pérdida de su partida. Mientras viajaba ilusionado a su lado. Se sabía exultante, rebosante de felicidad, animada y creativa. Pero eso, llegaría con el tiempo.
Su mayor, la alentaba a regresar. Cuando de fiesta en fiesta, acompañada de un fragor envuelto de embestidas palpitantes se divertían entre trago y trago. ¿Era ella misma o era fruto de la liberación del alcohol? Solo sé que se dejaba llevar por lo correcto y verdadero. Aunque ello la llevara a sentirse incomprendida.
Lejos de su mayor y con el alma encapotada por el rechazo y único sustento de lo que comenzó a llamar amor. Envuelta del cariño de su mayor, le recordaba “éste es tu hogar, vente, piénsalo” entonces un revuelo navegaba entre mares coléricos. Y la contra era quedarse en ese nuevo lugar. Aguantando, llorando, doliendo. «Hay que aguantar, pues esto es lo que has decidido», se decía.
Tras el auricular, una lágrima silenciosa brotaba de su mayor. Obviamente no se percató, pero soy hermano del otro sentir, el de su sangre menor. Y pude captar, el ronqueo, de una voz , que se ahogaba en un llanto que quería huir, hacer su viaje hasta donde estaba ella y arroparla. Claro que soy joven, no lo entendí. Hasta que después de tanto, forcejeo, frustración y casi jugar con la estabilidad de mi sanidad y juventud. Anidé el buen estado de la calma y no hubo sobresaltos, ni sensaciones abruptas, bravas, ni aceleradas. La serenidad estaba en mí: Por fin, había vuelto a casa.
Pues este corazón que llevo por nombre, aprendió por las malas, que la salud, era algo que se puede tener.
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