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La autodefensa — By Servando Clemens

Perdón por interrumpirlo, señor presidente, sé que va llegando del caribe y que está bien ocupado y veo aún trae arena en los zapatos, pero… Sí, sí, también sé que tiene una reunión… con su secretaria y que ella extraña mucho sus regalitos; sin embargo, esto es muy importante. No, cómo cree, no le diré nada a su esposa, no soy tan chismoso. Sí, bueno, no se preocupe, seré breve y como dijo el dermatólogo: iré directo al grano. Resulta que hace dos días llegó un grupo de hombres fuertemente armados y nos avisaron que por lo pronto venían por las buenas, pero que, si no hacíamos caso a sus demandas, ellos volverían por las malas y que convertirían nuestra ranchería en un reguero de sangre.
Dichos cuatreros señalaron que pasarían por cada comercio y por cada casa y que se llevarían una cuota y que de ese modo no tendríamos problemas. El pago sería semanal, señor. ¡Imagínese! ¡Apenas nos alcanza! ¡Luego lo que nos roban esos políticos sinvergüenzas! ejeeem, disculpe lo que le acabo de decir sobre los políticos, pero es la pura verdad.
Bueno, señor presidente, yo como encargado de la policía, tuve que tomar una medida difícil, ya que usted estaba en el extranjero, de compras o de paseo, según dijo el tesorero. Ah, ¿las familias? No, pierda cuidado, ya mandamos a los niños y a algunas señoras a un sitio seguro. ¿Dónde? Ni pregunte porque estoy seguro que no sabe dónde queda.
Ah, okey, no se mortifique por esos hombres, sólo eran cuatro babosos los que venían a causar terror, y aunque eran sumamente agresivos, los pudimos controlar. Juanito y yo estábamos solos en la comisaría y teníamos sólo una escopeta y una pistola sin gatillo; pero nos auxilió el carpintero, el herrero, la costurera y el vagabundo del pueblo. No, señor, no los dejamos libres ni los encarcelamos, digamos que nos acabamos los suministros de ácido que tenían en las tiendas y por lo tanto esos ladrones ya no volverán… a ver la luz de un nuevo amanecer.

No se altere, no teníamos otra alternativa. ¿Qué? ¿los conocía? Sí, ya sé que mandarán a otros emisarios y que después vendrán más delincuentes, pero ya nos hemos juntado en la hacienda de don Lucho y estamos dispuestos a defender nuestro hogar. También nos ayudarán las personas de los pueblos vecinos, de hecho, ya vienen en camino.
Claro, señor presidente, tenemos armas. Ahora mismo contamos con treinta rifles de caza, quince pistolas, muchísimas herramientas de trabajo, algunos explosivos y todos los hombres y mujeres dispuestos a pelear.
Señor presidente, ¿se queda o se va? Sabía que podíamos contar con usted, gracias por sumarse. Tenga mi escopeta y sígame. Ah, por cierto, deje ese teléfono en su sitio porque ya no sirve, alguien arrancó el cable. No se quede ahí parado como tarugo, sígame, nos vamos a reunir en la plaza pública y tomaremos algunas decisiones.
¡Ay, cabrón! Yo no quería creerlo. ¿Qué hace con el arma que le di? ¿Me va a disparar? Si va a disparar, apunte directito a la cabeza porque tengo mucho corazón y bien duro. No, ni madres, no me voy a poner de rodillas. Ya ni le mueva al seguro ni al gatillo, sepa que le quité las balas por si las moscas. Ahora sé para quién trabaja usted. Lo siento, señor… tan bien que me caía.
Juanito, pásele y llévese a este traidor… y que alguien le dé una santa sepultura, que no se piense que aquí no somos unos salvajes. Espérate, Juanito no te vayas tan rápido, ¿te gustan los zapatos del expresidente? Me imaginé, pues quédatelos, pero nomás quítale la arenita.
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1 Comments

  • Un genio Servando.

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