—“¿El jardín?
—El jardín de los senderos que se bifurcan.
Algo se agitó en mi recuerdo y pronuncié con incomprensible seguridad:
—El jardín de mi antepasado” (pág 85, Jorge Luis Borges, El jardín de senderos que se bifurcan)
¿Alguno de nuestros antepasados? ¿Cuál de ellos? Coleccionamos figuras en instantáneas que han quedado en cajas de cartón o colgadas de las paredes. Y cuando pasamos delante de ellos un cierto desafecto o una cierta complicidad nos cambia la cara. Según se mire, uno nos traerá recuerdos agradables o no. Según se mire atravesaremos esa puerta que cerramos cada cierto tiempo para vivir en esa estación que esta tan de moda: El presente. Aquí jugamos, aquí follamos, aquí creamos carta de naturaleza de nuestros errores.
Ayer sin ir más lejos en Firts day, los pasados jugaban en contra de algunos: un tipo soltero y con 4 hijos, u otro tipo con 91 y muy aburrido —según confesaba, u otro, que la de su mesa le toca la mano y nos dice: si me tocan la mano es que ya quiere ir muy lejos. ¡Y yo esto no lo hago! Historias que nacen en aquel pasado que nos forma y nos impulsa.
Las revisiones del pasado son a veces inescrutables. Difíciles de digerir. Ayer en el velatorio al que fui, la viuda mientras le daba el pésame me dijo: “Juan, ya no iremos las dos a Argentina”. Y allí quedo ese pasado, mientras la otra persona yacía sin más. Con su licencia para dejar esta vida y solo ser un recuerdo, una fotografía que colgará de una pared.
Si, amigos, escribo desde la tristeza, desde aquel deposito de la vida al que los influencers reniegan pues ellos muestran… solo presente. Y agitan sus caras, sus pies, sus seducciones inimaginables de Instagram. Pero, el jardín de los senderos nos muestra diferentes espacios donde remansos ligeros cambian nuestro presente. A quien di el pésame ayer, su vida ha dado un cambio ligero, imperceptible y rápido. Esta atravesando el jardín, le toca ahora elegir sendero.
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