
Desnudarla -digo compartir con sus dedos la tarea de desabotonar su blusa - era ayudar a Dios a descorrer las nubes para disfrutar juntos de la luz y una cerveza… dulce el tacto de la paz extendiéndose por el cuerpo feliz en el momento de la casi llegada, de la casi partida, del casi estar en el minuto perfecto, cuando a medio latido te espera la plenitud…y lo sabes y ayudas a su cuerpo hecho deseo a escapar del ajuar, manando como un torrente magnífico, generoso, irrenunciable, llegando a la tierra fértil, pródiga, dispuesta… y caderas, senos, brazos de solsticio, muslos de equinoccio, dedos exploradores informando de cada recodo de la geografía dónde la lluvia, dónde las mareas, dónde los volcanes… sin rito ni liturgia, atento a la magia que crea el aire para respirar mientras respira pulsando los resortes de la piel y el corazón que eran posibles porque una en otro…
Y la música: lentas redondas, se desliza por las llanuras de la espalda y las mejillas y los valles más ocultos y frondosos y lúdicas fusas ahora en las cumbres, ahora en los abismos…y cantan el contrapunto a un suspiro de viñas sabedoras de la metamorfosis de la uva. … Piel bienhallada que inaugura una vez más la vida, a qué llenar los ojos con otros horizontes si las pupilas han de llorar el exilio a otros paisajes…
Era, al fin, despejar la duda de la manzana y redimirnos al mismo tiempo con la complacencia de las divinidades que acaban de invitarnos a sus mesas, a sus lechos…