By Esteban Ierardo
El agua se extiende hasta el horizonte. El viento muerde las olas. La gran creatura líquida se mueve suave, o entre la tormenta y el trueno. Mar en movimiento. Vastedad. Los espejos de las aguas marinas que, en el día o la noche, reflejan el imperio del sol, o la tibieza de las estrellas. El mar y su superficie. Y su fondo, desconocido.
La filosofía surge en la proximidad del Mar Jónico y del Egeo. En la Grecia antigua, en el siglo VI ac., Tales piensa el agua como fuente de la vida. Heráclito ve en el fuego el elemento del movimiento continuo. Pero el agua también, en su plenitud, es corriente en el arroyo, el río, los lagos. Y el mar. Péndulo de las olas que van y vienen. Música del movimiento sin cansancio. El mar como origen, vida, devenir, la profundidad del ser; o como el tsunami que ahoga y mata.
Pero ante todo el mar es lo desconocido, en su abismo oscuro, en su cauce lejano, escondido.
En nuestras ciudades en la que todo es cercano, frotadura en la piel, estímulo conocido, olvidamos lo desconocido del fondo del mar. Y lo reducimos a la contaminación plástica de los océanos; o a los cuerpos distendidos y recostados en las playas; o el mar como la ruta de las mercaderías, o de los cruceros de lujo, o el de las flotas de portaaviones; o el mar que da refugio a submarinos nucleares que avanzan, sigilosos, como animales cazadores.
El mar no pensado es primero el fondo desconocido del océano. Las profundidades submarinas son estudiadas a través de la batimetría (término que proviene del griego βαθύς (vazýs) ‘profundo’, y μετρóν (metrón) ‘medida’). Un mapa batimétrico muestra el relieve del fondo mediante ecosondas. En un principio batimetría era una medida de profundidad oceánica. Hoy, solo tenemos un conocimiento general del relieve submarino, no una topografía exhaustiva. Se ha escrutado únicamente un 20 % de los fondos oceánicos. Para 2030, la Unesco pretende que el 80 % del fondo marino esté cartografiado. Esto solo sería posible a través de una gran inversión, y 50 barcos equipados con modernos radares marinos, y dedicados exclusivamente a esta labor. Hoy, se conoce mejor la superficie terrestre o la superficie lunar y marciana.
Si los mares desaparecieran, desde el vuelo de un dron, podríamos ver un relieve tallado durante millones de años por los procesos geológicos: un paisaje compuesto por grandes cordilleras, inmensas llanuras, valles escarpados, y surcos que se conocen como fosas oceánicas. Estas fosas son rasgos topográficos impresionantes. Con miles de kilómetros de largo y honduras abismales. Allí se encuentra la fosa de las Marianas, al oeste de Filipinas, con más de 11.000 metros de profundidad. El lugar más profundo del planeta.
La oceanografía refiere que en los mares viven actualmente más de 230 000 seres vivos. Pero en sus profundidades se estima que existirían más de 2 millones de especies. Casi 70% de ellas siguen siendo desconocidas. En 2005, James Cameron, el cineasta de Titanic y Avatar, junto con el cameraman Steven Quale, se sumergieron en el océano en un mini submarino para estudiar diez respiradores hidrotermales, a gran profundidad, en el Atlántico y el Pacífico. Esta aventura se muestra en el documental Aliens of the deep.
Durante mucho tiempo se creyó que en el abisal lecho oceánico no podría existir vida porque la luz solar no llega hasta allí. Pero el descubrimiento y estudio de los respiradores hidrotermales mediante la tecnología de los pequeños submarinos capaces de descender hasta lo más hondo, cambio todo eso. De hecho, las fuentes hidrotermales fueron descubiertas en 1977 por un submarino de la Institución Oceanográfica de Wood Holes. Tres personas a bordo exploraron, a 2400 metros de profundidad, la dorsal de las Galápagos. Una dorsal oceánica es un tipo de relieve submarino producido por el movimiento de las placas tectónicas y de la actividad volcánica. Una dorsal es una franja de montañas. En las distintas dorsales oceánicas se han hallado distintos respiraderos hidrotermales. El hidrotermalismo así adquirió gran relevancia.
Los respiradores o chimeneas geotermales submarinas son fumarolas que emanan chorros de agua con temperaturas superiores a los 350 grados centígrados, con mucho sulfuro de hidrógeno, y que emanan de grietas o fallas. Se sitúan por lo general en zonas volcánicas. El agua caliente que se mezcla con el agua helada posee una variedad de metales. El agua hidrotermal forma chimeneas que emite fumarolas. Entonces ocurre lo que se llama quimiosíntesis. Distinta de la fotosíntesis, es la síntesis de materia orgánica mediante materia inorgánica, por lo general dióxido de carbono. Surgen así microorganismos quimisintéticos, cuya fuente de energía proviene de reacciones químicas, y no de la luz. Así se producen cadenas alimentarias que permiten la vida de una comunidad biológica de camarones, almejas, gusanos de tubo gigantes, y muchas otras especies que aún no conocemos.
Por los conductos de ventilación hidrotermales en las dorsales oceánicas, el fenómeno de la vida brota en las profundidades desconocidas. Otro mundo sin luz solar. Por eso Cameron propone que estas formas de vida estarían más cerca de ecosistemas alienígenas que de los ecosistemas terrestres conocidos.
El descenso a lo hondo del mar es inmersión en lo desconocido. Mientras, la inmensidad marina es devastada por la contaminación plástica de los océanos, los desperdicios industriales, el derrame de petróleo, el cambio climático; o la acidificación de los mares que, junto con el turismo subacuático, destruye los ecosistemas como los arrecifes de corales en Filipinas y Oceanía, entre otros lugares.
El mar conocido por la historia es el de las rutas oceánicas del comercio, fuente de riqueza en su origen para Europa en el Mediterráneo, o en los distintos océanos; medio para la construcción de los imperios de España, Portugal, Holanda, Inglaterra. El mar como flujo de poder económico, de intercambio comercial, y de expolio a los indígenas en la América española; o rutas de navegación para el tráfico de los esclavos, los millones de inmigrantes de todas las épocas, o los refugiados castigados muchas veces con el ahogamiento y la muerte en mares de indiferencia.
Pero volvamos al llamado del mar desconocido. Todo lo que existe bajo su superficie escapa a nuestra mirada. Es lo submarino como hogar de la ballena blanca de Moby Dick; o de los otros grandes cetáceos y de sus sonidos que convierten los mares en cajas de resonancias; o el ámbito de los monstruos marinos de las mitologías, acaso inspirados en algunas creaturas reales como el calamar colosal de 10 metros y 450 kilos capturado en 2007 en el mar de Ross, en la Antártida; o lo subacuático de los submarinos que hundieron a miles de barcos mercantes u otros barcos de guerra. El mar de la destrucción humana, y el de la cólera de los elementos que despiertan temor reverencial a los marinos, como lo recrea Conrad en su novela Tifón.
Cientos de miles de naufragios oscurecen la historia del mar. En todas las latitudes marinas el horror del ahogamiento se ha repetido una y otra vez El naufragio mayor ocurrió la noche del 31 de enero de 1945, cuando un submarino soviético torpedeó al Wilhelm Gustloff, un transatlántico alemán convertido en transporte de miles de personas que escapaban de los últimos estertores de la segunda guerra mundial. Entre 8800 y 9300 personas, la mayoría de ellos refugiados, y muchos niños, perecieron entre el agua, la oscuridad, y la jaula de metal del barco impactado. Y en cuanto al hundimiento es inevitable el recuerdo del Titanic, herido por un témpano para luego caer en un cielo de agua oscura hasta su tumba final. Todas y cada uno de los humanos y sus barcos naufragados yacen en el fondo marino, como gran cementerio sumergido. Por eso pertenecen también a lo desconocido del mar.
Y en ese desconocido fondo oceánico se suceden también ruinas arqueológicas, terremotos y erupciones volcánicas invisibles bajo las olas; las trombas marinas tornádicas que a veces se mueven bajo el agua; o las transparentes y cautivantes medusas.
Y en su superficie, el mar muestra un gran agujero azul…
En un pequeño atolón a 100 kilómetros de la ciudad de Belice, en el país homónimo de Centroamérica, un agujero circular exhibe más de 300 metros de ancho y 130 metros de profundidad. Se lo conoce como el “gran agujero azul”. Al terminar la última edad de hielo y su glaciación, el nivel del mar aumentó, y las cavernas se inundaron. Así nació esta singularidad oceánica, la más grande de su tipo en el mundo. En 1960, Jacques Yves Custeau se trasladó allí con su célebre buque de investigación Calypso, y realizó una primera inmersión. El gran agujero azul es una joya para el turismo subacuático. Pero su visión desde la altura, alcanza otra dimensión: se convierte en imagen simbólica de la profunda oscuridad que remite al fondo remoto y desconocido del mar.
El gran círculo de azulado negro en la superficie, con su esférica densidad invita al descenso hacia el fondo desconocido. El agujero como acceso simbólico al mar y su secreto fondo ilustra al propio pensamiento filosófico en su inmersión en lo profundo, velado y enigmático del ser. El agujero de denso azul sugiere la atracción desde la superficie hacia la intimidad oceánica, en la que no solo se desplazan las embarcaciones y peces sino incluso los continentes, con una lentitud de millones de años.
El fondo marino como un descender que es, a su vez, un ascender hacia el cauce de los mares inmensos. El hondo fondo que revive la intuición de que la vida es lo visible y transparente, pero también lo escondido, secreto; la fuente en el fondo del agua, el origen del que, para muchas mitologías y filosofías, todo surgió. Las constelaciones de las vidas humanas y animales, la tragedia y los instantes de felicidad, los procesos de la geología, y del conflicto humano, obstinado, insistente, creador y mortal; los vientos y las olas en todas las tierras, todas las costas, todos los mares, de lluvia y soledad.
Lo desconocido del lecho marino nos devuelve el recuerdo de que habitamos un mundo extraño, racional e irracional; y del que solo alcanzamos a escuchar una pequeña parte de su música, cuyos sonidos son tan hondos, como el desconocido fondo del mar.