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By Ana Laura Piera

Nada más arribar ambos al restaurante, el local enmudeció. El murmullo producido por las conversaciones, ruidos de cubiertos, charolas, y meseros tomando y retirando órdenes dio paso a duras miradas que se posaron en nosotros de manera incómoda. Me arrepentí de haber decidido salir a cenar, pero quería darle una sorpresa a mi mujer. Mortificado, quise sacarla lo antes posible de aquella situación; ya hacía ademán de irnos cuando la mirada de Akame, como un mar en calma, me transmitió la fuerza necesaria para luchar por nuestro derecho a cenar tranquilos, en igualdad de circunstancias con todos los comensales presentes.

Se acercó uno de los meseros y pidió bruscamente que nos retiráramos. Hicimos caso omiso y tomamos asiento en una de las mesas libres. El silencio continuaba y los ojos de todos estaban clavados en nosotros, sobre todo en Akame. Rocé mi pierna con la de mi mujer por debajo del mantel y me sentí envalentonado. Se acercó el capitán de meseros con la misma cantaleta de que nos fuéramos; por respuesta pedí el mejor vino de la casa. El hombre siguió farfullando, mas yo repetí la orden. El ruido fue regresando de a poco; las miradas inquisidoras volvieron a sus respectivos platos y aunque el ambiente seguía enrarecido, de repente se escuchó el sonido del descorche de una botella en nuestra mesa. Los labios de mi mujer, siempre perfectos, sonreían y su mirada radiante se posó en mí. «¡Prueba superada!» —pensé—. Adivinaba un futuro lleno de libertad pues a partir de ese momento, iríamos a donde quisiéramos.

Después del vino ordené los platillos más extravagantes para ambos. Akame nunca tenía apetito, así que yo tuve que dar cuenta de todo lo ordenado. Un poco acalorado por el vino y la excelente compañía, comencé a rememorar el día que ella y yo nos conocimos:

Nos presentó un chico de Amazon, que, además de la habitual despensa semanal, venía acompañado de una caja grande de forma rectangular, envuelta en un discreto papel gris oscuro con la palabra «Orient» impresa en letras blancas muy pequeñitas. Recuerdo haber dejado los víveres para lo último. Me hacía mucha ilusión abrir aquella caja, así que la llevé a mi dormitorio y la puse sobre la cama. Tras remover el material de embalaje, lo primero que vi fueron unas nalgas preciosas. El cuerpo de Akame se encontraba en posición fetal, la tomé suavemente por los pies, que se sintieron suaves y naturales al tacto, cosa que me sorprendió, pues esperaba algo más rígido. La jalé con cuidado hacia mí y sus piernas se extendieron, lo mismo que sus brazos, en un movimiento tan natural que me quitó el aliento, ¡parecía que jalaba una persona muy dormida! Su cuerpo era perfecto y el rostro estaba parcialmente tapado por una larga cabellera que despejé con trémulos dedos, dejando al descubierto unos rasgos asiáticos de lo más armoniosos.

Venía vestida de forma muy sexi, pero indecorosa. (Maldije en silencio a la empresa Orient y su falta de sensibilidad). Con mucho cuidado le puse uno de los vestidos que traía incluidos y la enchufé a la corriente, el manual decía que se cargaría en tan solo dos horas. Mientras tanto, yo debía bajar en mi móvil la app para personalizar algunas cosas: su tono de voz, (escogí suave, como el ronroneo de un gato), personalidad, (una mezcla entre divertida, inteligente y tierna). Me familiaricé con algunos modos de operación: había el modo romántico, diferentes niveles de sueño, de sexo e incluso podía hacerla filosofar o decir frases motivacionales. Debido a mi profesión de informático ya vislumbraba yo todo lo que podría perfeccionar en su código. Estaba terminando de programarla y ¡ya me sentía enamorado!

https://bloguers.net/literatura/prueba-superada-relato-corto/

"Mi participación en el concurso de relatos 33a edición de «El Tintero de Oro», homenajeando al escritor «Francis Scott Fitzgerald» y su novela «El Gran Gatsby». Condiciones: un relato donde el tema sea una historia de amor que deba hacer frente a algún prejuicio (económico, social, racial…). La extensión no podrá superar las 900 palabras". Ana Laura Piera

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