Publicado en MasticadoresSur
Unas minas antipersona fueron enterradas hábilmente en la una tierra de desgracias. El tío Anselmo atesora un cacho de tierra cerca de dos kilómetros de su casa. Se dirige a desbrozar y regar la tierra ansiosa de agua. No sabe que por allí pasaron los soldados de la muerte de madrugada. Se levanta a las cinco para evitar la solanera. Casi se cruza con los infames que reciben órdenes de comandantes enemigos aviesos de destrucción y de ganar la guerra sangrienta y herir a pobres desgraciados con minas antipersonas.
El tío Anselmo observa la tierra removida y piensa que son zagales que vuelven de fiesta con ganas de incordiar. «Malditos muchachos, estos van a llegar lejos», refunfuñaba. El tio Alselmo trata de arreglar ese destrozo allana el terreno con el rastrillo. De pronto topa con un objeto de hierro y salta por los aires.
Acudieron los chicos que antes paseaban por allí haciendo gracias inofensivas. Llamaron al servicio de emergencias y les enviaron la locación. La ambulancia, antes de intervenir, se puso en contacto con el comandante del ejercito amigo comunicando el lugar exacto de las minas. Cuando los artificieros hubieron desactivado los artefactos la ambulancia socorrió al tío Anselmo. Le dijeron que la pierna derecha la iba a perder.
—¿Qué alternativa tengo?
—Ninguna, salvo la amputación.
—¿Quién va a cultivar mis tierras?
—¿Tiene usted familia?
—La soledad es mi familia. Elijo la muerte. Dejaremos que la enfermedad siga su curso.
—¿Está usted seguro?
—Todos vamos a morir algún día. Ha llegado mi hora.
-Isa Navarrete. https://www.facebook.com/inavasan?mibextid=ZbWKwL
Unas minas antipersona fueron enterradas hábilmente en la una tierra de desgracias. El tío Anselmo atesora un cacho de tierra cerca de dos kilómetros de su casa. Se dirige a desbrozar y regar la tierra ansiosa de agua. No sabe que por allí pasaron los soldados de la muerte de madrugada. Se levanta a las cinco para evitar la solanera. Casi se cruza con los infames que reciben órdenes de comandantes enemigos aviesos de destrucción y de ganar la guerra sangrienta y herir a pobres desgraciados con minas antipersonas.
El tío Anselmo observa la tierra removida y piensa que son zagales que vuelven de fiesta con ganas de incordiar. «Malditos muchachos, estos van a llegar lejos», refunfuñaba. El tio Alselmo trata de arreglar ese destrozo allana el terreno con el rastrillo. De pronto topa con un objeto de hierro y salta por los aires.
Acudieron los chicos que antes paseaban por allí haciendo gracias inofensivas. Llamaron al servicio de emergencias y les enviaron la locación. La ambulancia, antes de intervenir, se puso en contacto con el comandante del ejercito amigo comunicando el lugar exacto de las minas. Cuando los artificieros hubieron desactivado los artefactos la ambulancia socorrió al tío Anselmo. Le dijeron que la pierna derecha la iba a perder.
—¿Qué alternativa tengo?
—Ninguna, salvo la amputación.
—¿Quién va a cultivar mis tierras?
—¿Tiene usted familia?
—La soledad es mi familia. Elijo la muerte. Dejaremos que la enfermedad siga su curso.
—¿Está usted seguro?
—Todos vamos a morir algún día. Ha llegado mi hora.
-Isa Navarrete. https://www.facebook.com/inavasan?mibextid=ZbWKwL