—Vamos coño, deja de marear las cartas y, reparte —dijo Sebas.
—Joder tranquilo, hay tiempo para levantarte el sobre del mes, capullo y, después irme de putas a celebrarlo —respondió “el bosnio”.
Mientras, Toni estaba acabando de perfeccionar cuatro rayas de farlopa y, como colofón, “el calvo”, después de pasarse un pañuelo por su calva siempre reluciente, siempre brillando, había depositado la botella de Chivas con la cubitera de hielo que había cogido prestada de la cafetería tras haber desconectado la alarma. Después de repartir las cartas, cinco para cada uno, Toni dijo—me cago en la puta Sebas, pero qué mierda de baraja es ésa, tanto barajar las putas cartas me das esta mierda. Toni había sido expulsado del cuerpo de la policía por traficar con cocaína y, encontró su hueco en la seguridad privada. Era un Don Juan, un vividor y, un cara dura.
— ¿Quién quiere cartas? —preguntó Sebas.
Todos se descartaron de algunas cartas menos “el calvo”.
— Yo voy servido —dijo.
Todos se empezaron a descojonar.
—Puto fantasma, ¿qué has pillado? ¿ escalera a la primera?
—Es un farol como una casa, cabrón —le dijo Sebas—: la puta sudaca te ha arruinado, mira que dejarte embaucar para hacer de aval para el restaurante y, encima tener que pasar la pensión de tú ex y tu hija.
Sebas había sido luchador profesional, tenía cara de buey enfadado, mentalidad de buey y olía a buey. Sus palatales separados siempre dejaban escapar algún salivazo que otro cuando hablaba. Cosa que no dejaba de hacer nunca. Dentro de su enorme ignorancia, todo lo sabía. Todo.
—Hombre, dijo “el bosnio”, la tía no tiene desperdicio, lo tiene todo bien apretado y, bien puesto. Vamos que tiene un buen revolcón.
—Encima se lo está haciendo con el cubano, la muy hija de puta —dijo “el calvo”.
—De eso sabes tú bastante cabronazo, cuando te mandaron a Los Balcanes a pegar tiros con los zapadores-paracaidistas, tu parienta se lo pasó de puta madre.
Toni regresó con su espejo mágico de la taquilla y se curró otras cuatro líneas. A Sebas se le empezaba a mover la mandíbula de lado a lado por la coca. Empezó a emparanollarse, miraba a la cámara de seguridad de cuando en cuando. El vestíbulo estaba vacío, todo en calma. Solo un borracho durmiendo sobre un banco, debajo del luminoso de las marquesinas publicitarias, esperando a que la primera guagua de las cinco lo llevara a casa. Al Hoyo iban a parar los parias de seguridad, los matones, los limpiadores de huesos y carne, de borrachos, camorristas, pandilleros y, demás escoria que arroja la noche. Dentro de sus entrañas y recovecos.
La negritud.
Era el intercambiador de la capital de la isla, desde allí partían y regresaban turistas, prostitutas, curritos, proxenetas, ancianos abandonados y bazofia.
A los del turno de noche les apodaban “Los cuatro jinetes del apocalipsis”, porque eran expertos en limpiar la estación a base de palizas; cuando machacaban a alguien lo subían por una de las rampas y lo dejaban en el parterre superior como bolsa de basura.
Los lunes por la noche era el turno más tranquilo entre otras cosas porque la cafetería cerraba. Todos los lunes se echaban su partida de póquer sin falta.
—Las veo — dijo Sebas “al calvo”, —vas de farol.
—Vas a tener que igualar la apuesta, mamón.
—No tengo más pasta, calvo.
—Hey tíos, vale por hoy, repartamos la pasta y tan amigos, joder, van los cuatro sueldos — dijo Toni. “El calvo había sido legionario veinte años y los tenía bien puestos”.
—No decías que iba de farol, demuéstralo.
—A ver tipo duro, dame una oportunidad —dijo “el bosnio”.
—Qué propones
“El bosnio puso encima de las cartas el revólver 38” especial—: Ruleta Rusa.
Toni y Sebas empezaron a discutir. ¡Iros a la mierda! ¡Estáis locos, o qué!
—Nos vais a meter un marrón de cojones, iros a la mierda.
<
—De acuerdo “bosnio”, tú empiezas
Vació el cargador y dejó una bala en el tambor, lo hizo girar, se puso la pistola en la sien, apretó el gatillo y el percutor soltó su rabia contenida. Sonó un chasquido, un vacío sonoro a metal inofensivo.
—Tu turno “calvo”.
El calvo cogió el revólver, dio vueltas al tambor, apretó el gatillo y el percutor estalló en un eco ensordecedor, en un eco de azufre, en un eco de pólvora, en un eco de sangre y sesos por las paredes, por las taquillas, las cartas, el dinero.
“El bosnio cogió la pasta y miró las cartas.
—Tenía escalera el muy cabrón —dijo— vámonos cagando hostias”.
—Joder tranquilo, hay tiempo para levantarte el sobre del mes, capullo y, después irme de putas a celebrarlo —respondió “el bosnio”.
Mientras, Toni estaba acabando de perfeccionar cuatro rayas de farlopa y, como colofón, “el calvo”, después de pasarse un pañuelo por su calva siempre reluciente, siempre brillando, había depositado la botella de Chivas con la cubitera de hielo que había cogido prestada de la cafetería tras haber desconectado la alarma. Después de repartir las cartas, cinco para cada uno, Toni dijo—me cago en la puta Sebas, pero qué mierda de baraja es ésa, tanto barajar las putas cartas me das esta mierda. Toni había sido expulsado del cuerpo de la policía por traficar con cocaína y, encontró su hueco en la seguridad privada. Era un Don Juan, un vividor y, un cara dura.
— ¿Quién quiere cartas? —preguntó Sebas.
Todos se descartaron de algunas cartas menos “el calvo”.
— Yo voy servido —dijo.
Todos se empezaron a descojonar.
—Puto fantasma, ¿qué has pillado? ¿ escalera a la primera?
—Es un farol como una casa, cabrón —le dijo Sebas—: la puta sudaca te ha arruinado, mira que dejarte embaucar para hacer de aval para el restaurante y, encima tener que pasar la pensión de tú ex y tu hija.
Sebas había sido luchador profesional, tenía cara de buey enfadado, mentalidad de buey y olía a buey. Sus palatales separados siempre dejaban escapar algún salivazo que otro cuando hablaba. Cosa que no dejaba de hacer nunca. Dentro de su enorme ignorancia, todo lo sabía. Todo.
—Hombre, dijo “el bosnio”, la tía no tiene desperdicio, lo tiene todo bien apretado y, bien puesto. Vamos que tiene un buen revolcón.
—Encima se lo está haciendo con el cubano, la muy hija de puta —dijo “el calvo”.
—De eso sabes tú bastante cabronazo, cuando te mandaron a Los Balcanes a pegar tiros con los zapadores-paracaidistas, tu parienta se lo pasó de puta madre.
Toni regresó con su espejo mágico de la taquilla y se curró otras cuatro líneas. A Sebas se le empezaba a mover la mandíbula de lado a lado por la coca. Empezó a emparanollarse, miraba a la cámara de seguridad de cuando en cuando. El vestíbulo estaba vacío, todo en calma. Solo un borracho durmiendo sobre un banco, debajo del luminoso de las marquesinas publicitarias, esperando a que la primera guagua de las cinco lo llevara a casa. Al Hoyo iban a parar los parias de seguridad, los matones, los limpiadores de huesos y carne, de borrachos, camorristas, pandilleros y, demás escoria que arroja la noche. Dentro de sus entrañas y recovecos.
La negritud.
Era el intercambiador de la capital de la isla, desde allí partían y regresaban turistas, prostitutas, curritos, proxenetas, ancianos abandonados y bazofia.
A los del turno de noche les apodaban “Los cuatro jinetes del apocalipsis”, porque eran expertos en limpiar la estación a base de palizas; cuando machacaban a alguien lo subían por una de las rampas y lo dejaban en el parterre superior como bolsa de basura.
Los lunes por la noche era el turno más tranquilo entre otras cosas porque la cafetería cerraba. Todos los lunes se echaban su partida de póquer sin falta.
—Las veo — dijo Sebas “al calvo”, —vas de farol.
—Vas a tener que igualar la apuesta, mamón.
—No tengo más pasta, calvo.
—Hey tíos, vale por hoy, repartamos la pasta y tan amigos, joder, van los cuatro sueldos — dijo Toni. “El calvo había sido legionario veinte años y los tenía bien puestos”.
—No decías que iba de farol, demuéstralo.
—A ver tipo duro, dame una oportunidad —dijo “el bosnio”.
—Qué propones
“El bosnio puso encima de las cartas el revólver 38” especial—: Ruleta Rusa.
Toni y Sebas empezaron a discutir. ¡Iros a la mierda! ¡Estáis locos, o qué!
—Nos vais a meter un marrón de cojones, iros a la mierda.
<
Vació el cargador y dejó una bala en el tambor, lo hizo girar, se puso la pistola en la sien, apretó el gatillo y el percutor soltó su rabia contenida. Sonó un chasquido, un vacío sonoro a metal inofensivo.
—Tu turno “calvo”.
El calvo cogió el revólver, dio vueltas al tambor, apretó el gatillo y el percutor estalló en un eco ensordecedor, en un eco de azufre, en un eco de pólvora, en un eco de sangre y sesos por las paredes, por las taquillas, las cartas, el dinero.
“El bosnio cogió la pasta y miró las cartas.
—Tenía escalera el muy cabrón —dijo— vámonos cagando hostias”.