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PISCINA by José Luís Serrano

Ilustración de Pixabay


Ahora me gusta más porque anochece pronto y encienden las luces así que mientras nado puedo mirar los juegos de la luz con el agua reflejándose en el fondo donde hacen un caleidoscopio enorme… entonces se trata de nadar despacio, tan despacio como puedo, sin dar una brazada mientras persista el impulso de la anterior. Mi sombra, en el fondo, se suma al juego de los reflejos… a estas horas hay poca gente, muchos días soy el último en salir del agua así que a nadie estorbo si nado despacio ocupando la calle central de las tres que permanecen sin acordonar por el lado del ventanal o zizagueando de una a otra para alargar un poco más los cinco tramos de diecisiete baldosas que hay entre cada rejilla, sólo seis en los extremos donde empieza o termina la doble T azulona que anuncia el inminente final del recorrido…los he contado muchas veces aunque es un dato que no creo que vaya a servirme de nada lo mismo que los siete de ancho de cada calle. Tampoco saber que la piscina mide veinticinco metros de largo ni el cálculo de su capacidad aporta nada al rato de ejercicio que pretendo un par de veces por semana. Me digo que los cuento para no pensar en otra cosa ahora que voy solo. Cuando venías, cuando dejé de acompañarte para ir juntos, entre esconderte las chancletas, alcanzarte en el agua o dejarme cazar por ti, el tiempo tenía otras medidas: la del cariño creciente, la del deseo, la del arrebato contenido poniendo una admiración a un leve rozarse de los labios que era una promesa de que tal vez, acaso… pero no pudo ser.
Ahora ya eres los pretéritos plurales en la historia. En esa historia que, aunque nuestra, no fue.

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