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LAS RUINAS QUE DEJA EL MAR. Por Mercedes G. Rojo y Olga Orallo

SERIE: La memoria de las ruinas (II)
Timanfaya- Lanzarote. Fotografía de Olga Orallo
Cuando pensamos en Lanzarote, el común de los mortales piensa fundamentalmente en sol, playa, naturaleza y buena temperatura, al menos en un primer impulso. Desde Turismo-Lanzarote gustan mostrarnos la isla como “un lugar especial en el mundo”, con  “algo diferente que va más allá de lo que se puede encontrar en cualquier destino de sol y playa. Una isla en la que la naturaleza y el arte van de la mano, donde sus gentes sienten y viven el compromiso y orgullo de pertenecer a ella,  y la comida sabe a mar y a campo”, una isla cuya esencia deja huella, una isla capaz de crear lo que ellos han llamado el Efecto Lanzarote. Reconozco que aún me queda por conocer mucho de las islas, que visité hace ya mucho tiempo y llegando solamente a Gran Canaria y Tenerife. Los destinos de sol y playa nunca han sido mis preferidos pero reconozco que los múltiples reportajes que tras aquella visita he visto de Lanzarote me han hecho pensar que  fue una pena no haber podido dedicar parte de ese viaje a conocer una isla de la que me llama poderosamente la atención el arte particular  de César Manrique creando territorio, sus paisajes volcánicos y otros singulares atractivos que nos dejan la percepción de un mundo ajeno en un territorio relativamente cercano. Cuando entre las fotografías que comparto con Olga a la hora de preparar estos reportajes, me encuentro con las de dicho lugar, me llaman poderosamente la atención las que recogen dos aspectos muy particulares de la isla de las que nunca antes había tenido referencia: el buque encallado en las proximidades de Arrecife, y un particular museo realizado a partir de multitud de objetos desechados. Y como nuestros reportajes tienen el objetivo de resguardar una parte de la memoria ligada a cada una de las ruinas que se muestran a nuestra mirada, máxime cuando pueden desaparecer en cualquier momento de nuestro paisaje, ambos elementos decidimos dedicar este reportaje. Inevitablemente, cuando veo surgir de las fotografías de Olga las imágenes de ese esqueleto de barco encallado tan cerca de la playa, se me vienen a la mente los datos que confirman que Lanzarote se ha convertido en los últimos años, precisamente por su cercanía con la costa africana, en uno de los destinos más buscados para el desembarco de pateras, llenos de personas que buscan un futuro más prometedor, arriesgándose a ser tragados por el mar o a quedar atrapados en un presente incierto, como esos miles de objetos abandonados por doquier y sin una utilidad, al menos aparente. Es la sensación de abandono y de desecho.
Buque "Telamon" encallado junto a Arrecife. Lanzarote. Foto: Olga Orallo
Los restos que nos ocupan no son otros que los del buque Telamon, un buque de carga griego que viajaba cargado de troncos desde San Pedro (Costa de Marfil) a Thessalonika (GreciaI). El 31 de octubre de 1981, tras haberse desviado hacia Lanzarote para repostar,  sufrió una avería frente a sus costas,  sin ni siquiera llegar a alcanzar el puerto de Los Mármoles (Arrecife). Quedó  encallado y sin manera de  ser rescatado, así que fue abandonado  y, poco a poco, paso a convertirse en una atracción turística que hasta llegó a ser habitado por okupas y visitado por submarinistas, convirtiéndolo en un espacio peligroso para quienes se jugaban la vida con tal de hacerse una foto con el pecio. Ante tal circunstancia, y tras más de 40 años encallado, el Ministerio de Defensa español adjudicó el desmantelamiento y la retirada definitiva del buque, cuyo desguace comenzó a ponerse en marcha a mediados del pasado año (julio, 2022), tras proceder al vallado de la zona perimetral donde se están realizando los trabajos, que no tienen un plazo concreto de finalización debido a la dificultad añadida que supones el hecho de que parte de dichos restos estén sumergidos. En cualquier caso, si en su momento no pudo ver lo que era una de las icónicas imágenes de Lanzarote, es posible que ya no llegue a tiempo de disfrutarlas más que a través de este reportaje que le dejamos, como aperitivo para que se sumerja en la búsqueda de más información al respecto. Por su parte, la responsable de estas fotos, Olga Orallo, reconoce que acostumbrada como está a la ruina de los edificios, le llamó poderosamente la atención la visión del barco, emergiendo del mar, tan cerca de la costa que “cuando baja la marea te puedes acercar a él, aunque su envergadura te impida subir hasta el mismo. No obstante, para mí,  las fotos más bonitas son las que tomas con perspectiva, desde la playa”. De hecho algunas de esas instantáneas que realiza están hechas “a través de una barquichuela de madera, seguramente abandonada también en la playa por algún pescador, que el tiempo ha ido llenando de agujeros que me permitieron observar el barco a través de ellos como si de una ventana se tratara”, en un día tranquilo, en el que se respiraba la serenidad de los sitios poco frecuentados, en el que apenas se encontró con 2 o 3 curiosos más.
Otra visual del barco encallado. Foto: Olga Orallo
Contemplando sus imágenes, la sensación de esa visión tras los huecos-ventana, me ha recordado otro de mis poemas surgidos de aquella exposición de la que en el anterior artículo les hablé, esta vez en torno a unas fotografías de la artista Marga Clark que en cierta manera me trae esa misma sensación de estar al otro lado de una luz que no sabes muy a ciencia cierta lo que te oculta, dudando siempre que es lo que te espera tras de ella.

DUDA


Me paro aquí

de este lado de la luz

donde solo hay sombras,

donde la oscuridad me atrapa.

Y me retiene,

                               seductora.


Miro hacia esa luz

y me debato ante la duda.


No sé donde me encuentro.

No sé si debo quedarme

en esta incertidumbre conocida

o escapar

               corriendo

hacia un futuro aún más incierto.


Cierro los ojos.

A través de los párpados

la luz sigue llamándome.

Insistente.
 
El otro elemento que viene a completar ese reportaje tiene también el aire de lo insólito, pues recoge apenas una serie de instantáneas de las miles que habrían podido sacarse de un lugar muy particular: el Museo Mara Mao, apenas unos kilómetros más allá de donde se encuentra (¿o ya encontraba?) el buque Telamon, en la localidad de Teguise; un espacio situado en un jardín particular, que puede verse fácilmente desde la carretera y en el que se puede encontrar una abigarrada colección de objetos de lo más variopinto, miles de objetos cada uno de los cuales tiene sin dura una historia detrás.  Recogidos en cualquier sitio, la playa, la calle, los contenedores..., eran recogidos, lavados y convenientemente desinfectados por quien los recogía – tal como él mismo le contó a Olga cuando por casualidad se topó con este lugar-. Un ejemplo más de que lo  que unos tiramos otros pueden valorarlo. Y si el espacio está, además, de esculturas realizadas en yeso (incluso de diferentes colores, en blanco, en rojo, en negro), tanto Olga como yo hemos preferido quedarnos con algunos de esos objetos pequeños  que sin duda pasarán desapercibidos a muchos de los visitantes de tan insólito lugar, pequeños tesoros de alguien que salvó para nuestra nostalgia ese juguete en forma de pequeña cámara de televisión que nos mostraba imágenes turísticas de los lugares visitados (el típico regalo-recuerdo con el que se podía obsequiar a los más pequeños de la casa tras un viaje), esa vieja muñeca que cualquier niña pudo perder tal vez en la misma playa, con su ropaje alborotado por el paso del tiempo y el abandono, tal vez símbolo de esos refugiados que de tanto en tanto, cada vez de manera más habitual, llegan a las playas de la isla en busca de un mejor futuro; o esa bota, símbolo de los caminos recorridos, con todos los azares que los mismos nos deparan.

BOTA SOLITARIA

Avanza el otoño y te encuentro abandonada a la orilla del Camino. Están tus entrañas entreabiertas, cubriéndose de incipiente verdín junto a la epidermis que cubrió un día los pasos que buscaban su destino. Tu aspecto me lleva a dudar del carácter peregrino de los mismos, o si  era un rumbo distinto el que seguían. Hoy, en medio de un día frío y gris, en el que nadie más que yo hoya este camino, me pregunto si los pasos que escaparon de tu encierro  alcanzarían  al fin su meta, fuese cual fuese, el destino que buscaban.       Y ahora ya sí, terminamos este reportaje, con el que esperamos haberles invitado a viajar por lo insólito y a mirar con otros ojos lo que cualquier destino pueda depararnos,  con esta frase de Olga en torno a la sensación percibida en los espacios que provocaron las fotos de este reportaje de hoy: “Son lugares  donde puedes disfrutar en soledad, donde hay poca gente. En ellos buscas tranquilidad, y es verdad que te dan serenidad pero también, en la mayoría de las ocasiones,  como mucha nostalgia...” Les esperamos el mes próximo para descubrir que otros lugares tienen una historia que contarnos a través de sus ruinas.  

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