
Día 31 de marzo
Que los niños son crueles y que la infancia no es ese paraíso de bondad e inocencia que nos han vendido, es algo que todo el mundo sabe, exceptuando algún alma cándida que se empeña aún en engañarse. A Renovato en la escuela le llamaban Reno, por abreviar, y si se libró de que le atormentaran preguntándole qué posición ocupaba en la reata de Santa Claus, no fue por la presunta bondad de sus compañeros, sino porque, en aquellos lejanos días, el gordo bonachón de la campana era aún un imberbe muchachito con tipo de bailarín de tango que nadie conocía.
Pero la condena no hizo más que aplazarse, pues su época de sufrimiento comenzó con el llamamiento a filas. En cuanto el joven Renovato hizo su entrada en el campamento de reclutas, una voz unánime lo rebautizó como Re-novato, o sea, novato doble, y del mismo modo se duplicaron las crueles bromas. Desde duchas frías hasta simulaciones eróticas con la almohada, pasando por bailar con el chopo o cantar desde dentro de una taquilla, todas las perrerías le fueron aplicadas.
Pero Renovato no se doblegó, antes bien se creció en el castigo. Acabado el compromiso con la patria, se licenció y decidió entrar en religión. Como él diría en futuras predicaciones: “El castigo moral de los inicios de la vida castrense ha templado mi carácter hasta hacerme inmune a cualquier eventualidad futura”. Ingresó, pues, en un seminario donde, a pesar del frío intenso y las raciones magras, no decayó ni un momento su entusiasmo. Entró en conocimiento allí con Pastor, que había vivido la gracia de una intensa experiencia mariana. Con él y otro compañero, de nombre Anesio, descubrió en la biblioteca, entre Energía y pureza y La perfecta casada, un tomo perdido de las obras completas de Bakunin, cuya lectura estuvo a punto de minar el vigor de su espíritu. Convencidos por las proclamas del impío, fundaron el RPA (Reverendos Padres Ácratas), pretendida corriente de opinión dentro del aggiornamiento que empezaba a estar de moda por entonces. La cosa quedó en pecadillo de juventud al enterarse don Acacio, el prefecto, que los dispersó como a la mala hierba, mandando a cada uno a un lugar distinto de la geografía patria.
En el futuro, el trío se hizo tan famoso por sus predicaciones que el propio Bakunin hubiera envidiado su elocuencia.

Publicado en EL ENVÉS DE LOS DÍAS. Hojas de almanaque
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