III. Disturbios franciscanos, Ubertino y la mujer
En El nombre la rosa, un grupo de franciscanos viaja a la abadía para sostener un debate con los dominicos en torno a la pobreza de Cristo.
Los franciscanos renuevan el cristianismo medieval. Y también, aun en contra de su voluntad, enojan al alto clero, a los sacerdotes acomodados. La prédica por la simplicidad y la pobreza y la vida austera de los franciscanos recupera la vida cristiana originaria, el cristianismo evangélico del comienzo: la renuncia a la propiedad privada, el sentimiento de comunidad, un misticismo nómada, libre de toda atadura a un poder centralizado. La iglesia constituida se ve así amenazada. La Inquisición despliega sus redes represoras para atrapar a los franciscanos. Así, muchos seguidores de Francisco son quemados en las hogueras, para la buena salud del establishment eclesiástico…
Los franciscanos atacan la iglesia de la riqueza y ostentación material. Su empecinamiento en recordar que ni los apóstoles ni Cristo tuvieron propiedad alguna, ni a título individual ni colectivo, irrita a los dueños del púlpito. La vida franciscana es herejía. Así lo afirma Bonifacio VIII. Pero entonces: «…¿cómo puede un Papa considerar perversa la idea de que

Cristo fue pobre?». El desacuerdo de la iglesia con la austera vida de Cristo debilita a la institución papal en su posición ante el emperador. Pero los franciscanos, reunidos en un capítulo general, en Perusa, insisten. Y así «fue como a partir de entonces los muchos fraticellis, que nada sabían del imperio ni de Perusa, murieron quemados» (4).
Y los franciscanos son seducidos también por el profetismo escatológico, por la creencia en la cercana destrucción de este mundo, el fin de los tiempos, el fuego redentor, las trompetas del apocalipsis. Pero la destrucción será la puerta abierta a una nueva historia. La fe franciscana se une aquí con la doctrina milenarista, iniciada por el monje calabrés Joaquín de Fiore. El milenarismo habla de tres edades. La última edad será el retorno del cristianismo auténtico. Sólo los pobres y los campesinos vivirán en esa edad. Por eso, de ellos será el último reino (5).
En la novela de Eco, los franciscanos discuten con los representantes del papa sobre la pobreza de Jesús, y sobre los peligros o trampas de la riqueza (6). Su discusión se produce dentro de la abadía que, ella misma, es un ejemplo de riqueza y ostentación.
Y la rebeldía de los seguidores de San Francisco no llega a la abadía benedictina sólo a través de la visita de Baskerville, y de la comitiva franciscana. Años antes, la abadía dio refugio a Ubertino de Casale, monje y pensador franciscano, autor del Arbor Vital crucificae. Ubertino reniega de la especulación intelectual, y de su disimulada vanidad. La fe real es sentimiento. Pasión. Mística encendida por la mujer. Pero de una mujer deserotizada, sublimada, despojada de sensualidad.
Ubertino expresa la típica ambigüedad medieval respecto a lo femenino. Por un lado, la mujer es Luna-Mujer, aliada del demonio; instigadora del pecado de Adán y de la caída del hombre. La inclinación masculina a la tentación lasciva siempre surge de la promesa de placer en la piel de mujer.
Pero, por otro lado, la Luna-Mujer se redime cuando sublima su sensualidad. Cuando pasa de la lujuria a la santidad. Entonces muere Eva y nace María. La pecadora desaparece y resplandece la virgen madre de Dios. Y en esa transformación palpita una mujer fronteriza, en un punto intermedio: la Magdalena que se arrepiente, la Magdalena penitente, la Magdalena que ora ante la cruz sangrante de Cristo. La Magdalena purificada que Ubertino venera como medio de ascenso espiritual (7).
Citas;
(2) Occam perteneció a la orden franciscana. Se educó en Londres primero y después en Oxford. Sus ideas le provocaron problemas con la iglesia y disputas con los seguidores de Tomás de Aquino. Como sus otros hermanos de orden, defendió la pobreza apostólica. Murió en 1347 de peste negra. Junto con Duns Scoto es una de las mentes filosóficas más importantes de la edad media. Como consecuencia de su pensamiento se acuñó la célebre fórmula de la «Navaja de Occam», para aludir a los méritos de la simplicidad en la explicación discursiva y la necesidad de evitar principios de complejidad innecesarios en la argumentación. Si bien es un exponente tradicional de la postura nominalista, de forma más precisa deber ser entendido como representante del conceptualismo, dado que mientras que para el nominalismo, sensu strictu, los universales o conceptos generales son nomina, nombres, palabras y no entidades plenamente existentes o subsistentes, el conceptualismo da realidad a los conceptos, pero sólo como realidades en la mente.
(3) Umberto Eco, El nombre de la rosa, Barcelona, ed. Lumen 1993, p. 157.
(4) Ibid., p. 51.
(5) Sobre el milenarismo joaquinista y otras herejías medievales puede consultarse el excelente estudio de Norman Cohn, En pos del milenio, Madrid, Alianza.
( 6) Sobre la disputa entre los franciscanos y los representantes del Papa sobre la pobreza de Cristo y los apóstoles ver: U. Eco, «Quinto día, Prima, Donde se produce una fraterna discusión sobre la pobreza de Jesús», en U. Eco, El nombre de la rosa, op. cit., pp. 317-329.
(7) Adso escribe: «Comprendí el fuego místico que lo había abrasado desde la juventud, cuando, siendo aún estudiante en París, se había retirado de las especulaciones teológicas y había imaginado que se transforma en la Magdalena penitente», en U. Eco, El nombre de la rosa, op. cit. p.51.
2 Comments
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«El primer año de trabajo en mi novela estuvo dedicado a la construccitjn
del mundo. Largos registros de todos los libros que se podían encontrar en
una biblioteca medieval. Listas de nombres y fichas anagráficas para muchos
personajes, de los cuales algunos fueron luego excluidos de la historia. Debo
decir que yo contaba con los otros monjes que en el libro no aparecen; no
era necesario que el lector los conociese, pero debía conorerlos yo. (Quien
dijo que la narrativa debe hacer competencia al registro civil? Pero quizá
debe hacer competencia también al asesoramiento urbanístico. Y dediqué
largo tiempo a investigaciones arquitectónicas, sobre fotos y planos de la
enciclopedia de la arquitectura, para determinar la planta de la abadía, las
distancias, e incluso el núrnero de los escalones que comFonen una escaltra
de caracol. Marco Ferreri, en cierta ocasión, me dijo que mis diálogos san
cinematográficos porque duran el tiempo real. Por fuerza, puesto que
cuando dos de mis personajes hablaban mientras iban del refectorio al
claustro, yo escribía con el plano ante mí e interrumpí’i el diálogo en el
momento en que llegaban al claustro.
Es necesario crearse limitaciones para poder inventar libremente. En
poesía la limitación puede estar marcada por el pie, el verso, la rima, por
aquello que los contemporáneos han llamado respirar con el oído. En la
narrativa la limitación está dada por el mundo subyacente. Y esto no tiene
nada que ver con el realismo (aunque también lo explique). Se puede
construir un mundo del todo irreal, en el cual vuelen los asnos y las princesas sean resucitadas por un beso. Pero es necesario que ese mundo,
puramente posible e irreal, exista según estructuras ya definidas de partida
(es necesario saber si es un mundo donde una princesa puede ser resucitada
asolo por el beso de un príncipe, o también por el de una bruja, y si el beso
de una princesa se transforma en príncipe sólo a los sapos o también, por
ejemplo, a los armadillos).
La historia formaba parte de mi mundo, y es por eso por lo que he leído
y releído tantas crónicas medievales. Y al leerlas me he dado cuenta de que
debía introducir en la novela elementos s que al comienzo no se me habían
ocurrido, así como la lucha por la pobreza.
Por ejemplo:
trescientos? Si tenía que escribir una historia medieval debería haberla
desarrollado durante el siglo XIII o el XII, porque los conocía mejor que el
XIV. Pero tenía necesidad de un investigador, posiblemente inglés (cita
intertextual), que poseyese un gran sentido de la observación y una
particular sensibilidad para la interpretación de los indicios.’
Umberto Eco, Memorias de un joven Novelista.