
¿Pero tú me quieres? Preguntaba con delicada insistencia. Si le decía que sí, la siguiente estación sería conocer, intercambiar nuestras habilidades eróticas pero yo no podía mentir. Quería quererla. Es más: quería que nos quisiéramos y así el encuentro que ella ofrecía y yo deseaba sería magnífico… pero no la conocía. Sólo sabía su nombre y su edad -esto último porque busqué el dato- y que estaba estupendamente bien. Nada que añadir, nada que quitar, una mujer bellísima conforme a mis criterios para tal cosa. Aún lo que creo una intervención estética en sus labios carece de excesos. Todo bien. Alta. Delgada. De sugerente mirada ¡y cómo maneja la voz!
La había encontrado por casualidad, moviendo el dial a la búsqueda de una emisora que entrase bien en la radio del coche y apareció ella, su voz quiero decir, conduciendo un programa con participantes que ella pastoreaba de maravilla haciendo que sus intervenciones no se solapasen, lo que, quienes pretendemos escuchar, agradecemos.
No recuerdo si fue mi horario el que cambió o tal vez la emisión de su programa se fue a otra franja o puede que terminase. No volví a escucharla hasta que por veleidades –esta vez sí- de mis horarios, encontré en un programa de tv. su inconfundible voz y su habilidad para usarla: sugerente, pausas valorativas, desplazar los acentos hacia las consonantes cuando le convenía… y es guapa. Ya sé que debo descontar de sus encantos el trabajo diario de peluqueros y maquilladores, que el iluminador sabe su oficio y los cámaras encuentran los ángulos más favorecedores… por eso busqué fotos en las redes que no tuvieran esos artificios y la prefiero a cara lavada.
Lo que parecía ser la continuación del estudio era una amplia bajada no muy pronunciada, de tierra apisonada sobre la que habían extendido una moqueta dorada y a los lados de aquel pasillo había habitaciones excavadas en la tierra, amuebladas con piezas recuperadas de rastros y trasteros que podían ser utilizadas, al parecer, por quien las pidiera. La bajada terminaba en un amplio descampado desde el que se podía ver casi toda la ciudad y mientras paseábamos del brazo camino de qué sé yo dónde, ella volvía a preguntar si la quería y yo suspiraba por poder decir que sí y no mentir.
Le pregunté si no tenía que regresar al programa después de la publicidad y no, no era necesario, sus segundos cubrían cualquier contingencia y al parecer su interés de aquel momento era yo. Y que la quisiera.
Pero yo no la quería. En aquel momento no. Sólo era deseo contenido porque quería querer, deseaba que no fuera una y no más sino que se extendiera en el tiempo con sentimientos de verdad.
Seguimos caminando por callejas y mercados. Ante edificios de relumbrón y jardines , entre gentes que iban y venían atendiendo a sus cosas, indiferentes a nosotros, sin siquiera intuir el ¡dime que sí! brillando en sus ojos. Yo no quería mentir, quería que fuera cierto pero no lo era y no llegó a serlo porque a las ocho sonó el despertador y fue un alivio.
A veces veo su programa y puedo sonreír, puede que sonreírle sinceramente aunque ella no alcance saber nunca que mi sonrisa no la necesita. Y no, no estoy enamorado. Sigue siendo muy atractiva. Sigue teniendo una hermosa voz.