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LA MUERTE by Macu García

REFLEXIONES EN LETRA ALTA
  La muerte es el principio o el final. No estoy segura, creo depende desde el lugar del que se mire.
Si existe otra vida, y además es mejor que esta, yo entiendo que sería el principio, la entrada en ella, en ese vamos a poner paraíso.
Si no existe otra vida, ni siquiera tan chunga como lo que puede llegar a ser ésta, es el final, eso está claro.
Pero no voy a desovillar este ovillo tan complicado yo solita, y voy a decir lo que yo entiendo.
En primer lugar la muerte para mí es eterna, al menos cuando la muerte se lleva a alguien a quien tú quieres, confirmo que es eterna, y ahí viene el concepto del tiempo y de lo eterno. Sé que grandes eminencias han entendido esto e incluso han sabido explicarlo, y seguramente bien porque luego se estudia en el Instituto y hasta en la Universidad, pero yo también lo he logrado entender aunque no sé si lo voy a saber explicar.
Eterno, eternidad, es mucho tiempo, mucho, mucho, todo el tiempo del mundo, de este mundo, y si existe otro mundo, del otro. Se preguntarán que cómo he llegado a esta conclusión, pues bien llorando, llorando a moco tendido la muerte de mi padre, buceando en el tiempo e investigando en su duración he llegado a saber que lo eterno es la hostia de largo. Vamos que no se acaba nunca, que han pasado va muchos años y no he vuelto a ver a mi padre, ni a sentir su olor ni sus caricias, ni sus…nada de nada.
Ahora sé que la muerte es eterna, que es larga, que es una putada cuando se lleva a alguien a quien tú quieres, pero también sé otras cosas y os las voy a contar.
La muerte no está presente en nuestro día a día, en nuestro aprendizaje sobre la vida, en nuestra formación como ser humano, ahora, de la muerte no se habla y con ello parece que se la pueda dar esquinazo. Pero eso es mentira, la muerte tiene todas las esquinas redondeadas y aparece al final de cualquier calle, de cualquier familia, de cualquier amor.
No nos enseñan a llorar, ni a sufrir. Nos sugiere la sociedad pasar de puntillas por este dolor, sin hacer ruido, discretamente por al lado de este evento. Este final seguro en cada una de nuestras vidas, si por nuestras se entiende además de la propia de cada uno, las de los seres queridos.
No. Nadie nos adelanta que es mejor llorar, desbordarse, perder la compostura, dar la vuelta al corazón como si fuera un bolsillo del pantalón en el que buscas desesperadamente una moneda, o el calcetín limpio que acoge en su seno al compañero gemelo antes de ir a guardarse en el cajón.
Yo, desde este instante renuncio a la compostura que todo lo mejor que puede ante perdidas dolorosas y voy a llorar a mares, a raudales, me desbordaré en llanto, porque he aprendido en todo este tiempo, sino lo que es la muerte, si lo que es la eternidad, y me ha parecido muy largo, inmensamente largo y cruel.
En este mundo de yuppie también existe el dolor y la ausencia. Doy fe de ello, y de que necesitas tiempo para curar heridas cuya cicatriz jamás desaparece. Quiero todos los besos y las caricias del mundo de cada uno de mis seres queridos, para quedarme repleta, saciada de ellos cuando se vayan y llegue la eternidad y la ausencia. Deseo que mi lengua no tenga ningún pelo para decir cuando me pueden oír cuanto les quiero, cuanto les admiro, cuanto he aprendido de ellos, cuan orgullosa me siento. Todos los cuan y los cuantos que tengo dentro y que a veces por falta de tiempo, de sinceridad o de pudor me callo.
También que deberían decirnos que existe un duelo, un duelo sin tiempo en el que entre la gente ves la coronilla de tu padre, en el que percibes su olor al abrir un cajón de la cómoda de casa, en el reconoces su voz perfectamente y giras la cabeza sin el recuerdo de que ya no está y descubres a una persona totalmente desconocida.
El duelo que te incapacita hasta para consentir la felicidad de los que te rodean porque sientes rabia de que ellos no estén pasando lo mismo que tú, e incluso, que no estén aprovechando para saciarse de sus seres queridos.
No se quiere hablar de la muerte en esta ficción que pretende uniformarnos a todos en la valentía y en el sentir superficial. Yo he visto que no doy la talla, que me desmorono, que me rebelo, que me vuelvo un guiñapo de pena y ausencia abarcada por el más sublime dolor de la pérdida.

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