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Orígenes: Solamente una amante by Raquel Villanueva

Mi primer recuerdo es verlos lejos, muy altos y  fuera de mi alcance, arriba muy  arriba, en las estanterías.  Mi mirada se elevaba, contemplaba aquellos estantes desde mi pequeña y baja perspectiva, y allí estaban ellos, apetecibles, pero sin poder alcanzarlos. No sé que es lo que me  predispuso a ellos, que era aquella llamada que siempre sentí. Quizás influyera el hecho de verlos en otras manos, en manos que me cuidaban y en las que me sentía protegida. Sí, seguramente fuera eso, aunque a saber si uno no tiene una predisposición genética o pretendiendo llegar a ser más romántica aún, una serie de reencarnaciones que le han hecho acomodar sus preferencias a gustos vividos en el pasado.

No sabía lo que iba a encontrar en ellos, desconocía su poder y a pesar de ello intuía que ellos nunca me abandonarían, que ellos serían los compañeros más fieles a lo largo de mi vida. A través de ellos llegaría a enamorarme de ella. Ella se me mostró con todos sus matices, con toda su irresistible belleza a través del interior de ellos. Cuando pude pasar de las miradas a la realidades y por fin asirlos con mis manos, el mundo que hasta entonces había conocido se expandió hasta confines insospechados. Todo lo que pude haber llegado a imaginar se quedó corto, escaso para tanta realidad. Conocí mares sin haberlos pisado y navegué en ellos, caminé por la luna, viví en cientos de ciudades. He reído, llorado, me he estremecido de placer, de miedo. Y me han hecho adolecer de algún que otro pecado, sobre todo la envidia. Envidia de aquellos arquitectos de la palabra, de aquellos constructores de mundos y sensaciones. Pero por encima de todo y a través de todo lo leído, llegó el amor. El amor a ella. Ella se ha erigido como el amor más duradero, imperecedero en mi vida. Soy una amante de la literatura, ella camina conmigo, ella se acuesta a mi lado y me acompaña a lo largo del día, ella, que me roba un gran puñado de pensamientos.

Aquella niña que miraba con expectación las estanterías, la misma que terminó alcanzado aquello tan preciado, la capacidad de leer y de escribir, y gracias a ello descifrar aquellos libros que en un principio parecieran inalcanzables y que terminaron por transformarse en amigos, compañeros, confidentes.  Aquella niña a la que la palabra «escritor» le pareciera fascinante, mágica, ardiente y lejana, tanto como el Sol. Aquella niña sigue contemplando las estanterías, pero ahora ya, con ojos de mujer madura. Y sonríe, sonrío pensando en todo este camino, en la  ingente cantidad de palabras que he leído y en todas las que me gustaría seguir leyendo. Y me asombro, no dejo de asombrarme de todas las palabras que he escrito, de todas las que desearía escribir. Y espero seguir escribiendo y leyendo a lo largo de todos los días. Y contemplo hoy las estanterías y aún me sorprendo al ver mi nombre impreso en el lomo de algunos de los libros que hay ubicados en ellas.  

Solo soy una amante, y eso que no es fácil ser amante de ella. Su amor es exigente, a veces autoritario. No se conforma con poca cosa y siempre reclama más. Ávida de descubrimientos, espero que nunca me abandone, que haya perdonado mis dubitativos comienzos, que sepa perdonar mis inseguridades y que confíe en mis, a veces, inseguros pasos. Yo, desde que la descubriera, no he dejado de amarla. Ella, que lo ha sido todo, que lo es todo, que estoy más que segura seguirá siéndolo todo ya.

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