domingo, diciembre 3 2023

LOS GEMELOS PERVERSOS— By Ramón Ibarra Escobar

El calcetín Polo y su gemelo eran los amos y señores del cajón. Ellos rechazaban todo tipo de calcetines, medias, pantimedias, tines, calentones o cualquier otro artículo de vestir que según su política y criterio no pertenecía allí —¿How dare you?— recriminaban a la infortunada prenda que en muchas ocasiones terminaba mudándose al cajón de la ropa de invierno debido a la fuerte presión ejercida por los gemelos.
Pero ellos también podían ser inclusivos; siempre y cuando la prenda fuera sumisa y de su completo agrado. La mayoría de los calcetines ya estaban ahí cuando los gemelos llegaron hacía 2 navidades. Dizque de Liverpool. De inmediato establecieron parámetros de aceptación y rechazo y se mantuvieron fuertes en sus decisiones, como un par de káiseres.

Cuentan que durante los primeros días una calceta de compresión se declaró en franco desacuerdo con las políticas aplicadas a la vida en el cajón. Esa noche se sintió mucho movimiento, murmuraciones, chasquidos y chirridos. La calceta no amaneció dentro del cajón al día siguiente y llegó el rumor que una camisa de resaca la había visto con botones cosidos a los ojos por el rumbo del tanque de gas con restos de aceite 3en1 en la parte del talón. Hubo otros incidentes; 3 meses después del arribo de los gemelos, se suscitó una fuerte revuelta en el cajón debido a que un par de tines, al parecer primos, cuyo elástico ya estaba vencido, no aceptaban el rechazo al que fueron expuestos. El argumento de los gemelos es que ya no se mantenían arriba. Era una falta imperdonable, así que los gemelos decidieron expulsarlos. Los primos dieron una gran pelea pero el régimen era poderoso y recibía el apoyo de todas las prendas en el cajón, no por antipatía hacia los rechazados, sino por miedo a las represalias. Los tines fueron expulsados para siempre. Jamás se supo de su paradero aunque hubo versiones que afirmaban que podrían haber terminado dentro de los tubos del desagüe. Los gemelos habían establecido su reinado. Eran un modelo de orden y disciplina. Siempre estaban dobladitos en tres partes en la esquina superior derecha del cajón, al acecho de cualquier cosa, en las penumbras, como fieras a punto de atacar. Pero ellos no atacaban, no necesitaban hacerlo. Los demás atacaban y actuaban por ellos, con determinación y convencimiento, además. Ellos tenían una gran capacidad de persuasión en su voz y en la manera en que articulaban sus ideas. Cuando surgía cualquier tipo de movimiento en el cajón, los gemelos solo entrecerraban los ojos y observaban con detenimiento. Muy difícil era saber quién era Polo y quien su gemelo, ambos eran temibles, ambos provocaban miedo, ¿pero, diferenciarlos? eso era posible a menos que alguno de ellos estuviera estirado, cosa que raramente pasaba. Se dice que el gemelo de Polo tenía un poco descosido el jinete en la parte del casco, pero solo un ojo entrenado sería capaz de notarlo. Diferentes o no, habían establecido una dictadura sólida y temida. La intolerancia era su bandera. Por eso, el día que aquel par de calcetines de color rojo como el fuego, llamativos y hasta pretenciosos, fueron deslizados dentro del cajón, Polo y su gemelo no dudaron en hacerle saber a los recién llegados que no eran bienvenidos con algunos comentarios discriminatorios en tercera persona. Algunas de las prendas presentes, entre ellas doña calceta, escucharon estos comentarios agrios y malintencionados y aconsejaron a los nuevos calcetines que no era un buen lugar para vivir y que entre más pronto abandonaran el cajón, sería mejor para ellos.
Los gemelos consideraban a Los Rojos, como les llamaría la comunidad del cajón después, vanos, lisos, sin ningún toque de alta costura o distinción, producto de una envidia enfermiza. Pero algo había en ellos, además de su vistoso color; desde los primeros días, las prendas sometidas al régimen notaron que los rojos eran diferentes al resto, no se dejaban amedrentar por los gemelos y su fuerte personalidad llamaba la atención. En la plática del día a día se desenvolvían como calcetines muy cultos y capaces, con más y mejores ideas para la vida en el cajón. No denigraban a ninguna prenda por su apariencia o sus preferencias particulares. Se sentían cómodos y respetados entre los calcetines de aquel cajón. Podrían adaptarse a esa vida con mucho gusto. Para los gemelos perversos, esto activaba la alarma. Su reinado eterno tan idealizado peligraba con los rojos dentro y decidieron actuar. Como lo habían hecho en otras ocasiones, Polo y su gemelo perverso generaron una polémica volteando a la comunidad contra los rojos, su argumento: el color rojo era decadente. —¿Qué sigue, calcetines con rombos?—incitaba Polo a las prendas envenenándolas con odio e intolerancia. La semilla germinó y al cabo de algún tiempo, los rojos se enfrentaban a la fuerza de toda la comunidad calcetinera. Atacados psicológica y físicamente los rojos fueron desgastando sus fuerzas y su ánimo, perdiendo por consecuencia la gallardía con la que se presentaron solo unos días atrás.
La presión era inmensa, los rojos sabían que no podrían ganar la batalla, mucho menos la guerra, así que, una tarde de jueves, decidieron no pelear más, era una causa perdida. El cajón de aquella cómoda de madera oscura se abrió y de él cayeron aquellos dos calcetines de tan provocativo color. Al caer, se levantaron derrotados pero con dignidad, se sacudieron el polvo y dirigieron su mirada hacia lo alto. Ellos sabían que volverían a reclamar ese cajón de calcetines tarde o temprano. Algunas prendas dentro de él, también lo sabían.

Pasaron 77 días exactos después del destierro de los rojos. La comunidad ya no los recordaba, solo miraban pasar los días unos después de otro. Por alguna razón, los calcetines no cuentan los días por semanas o meses, mucho menos años; los gemelos manejaban una suerte de calendario para las actividades del cajón, las cuales, debían de respetarse so pena de ser señalados, enjuiciados o en el peor de los casos mutilados y expulsados de por vida. Un ejemplo de estas actividades era la asignación de lugares para algunas prendas dentro del límite del cajón, de izquierda a derecha o del centro hacia afuera dependiendo de la secuencia con que las prendas salían y regresaban del mismo. Otra manera de ordenarse era dependiendo del color, la textura o la elasticidad. En ocasiones, un gemelo se encargaba de coordinar esta labor, utilizando criterios adoptados y aceptados previamente. La mayor parte del tiempo, sin embargo, ambos mantenían un control estricto sobre esta tarea. También había centinelas en las dos esquinas de enfrente del cajón que se turnaban cada 17 horas, de nuevo, horarios complicados de entender. Cualquier prenda perteneciente al resto de los cajones encontraba estas dinámicas de control absurdas y sumamente difíciles de entender.
Otra particularidad dentro del cajón era el olor; este podría ser diferente dependiendo de la zona, por ejemplo, en la más iluminada, al frente del cajón, predominaba el olor a detergente en polvo y a suavizante, en la intermedia, que pertenecía a los calcetines deportivos se podía distinguir un leve tufo a vinagre y en la zona más oscura y exclusiva, donde despachaban los gemelos, se respiraba un agradable aroma a tienda departamental.
Durante todos estos días y bajo la mirada vigilante de Polo y su hermano, el cajón de calcetines había permanecido en relativa calma, no obstante de la antipatía generada, nadie se atrevía a cuestionar el sistema y mucho menos el proceso de selección y aceptación de los calcetines nuevos, lo que con frecuencia solía ser una oportunidad para algún brote de insubordinación; un cumpleaños, aniversario de bodas o cualquier celebración que involucrara como regalo un bonito par de calcetines, podría generar una chispa. Y eso era lo que los gemelos debían de mantener bajo control. En ocasiones, en medio de una conversación algún calcetín mencionaba a los rojos — podrían volver — seguido de silencio. Ninguna prenda quería ser expulsada o ser sometida al brutal escrutinio de los gemelos.
Pero no siempre se mantuvo el control; se habían mitigado un par de conspiraciones en los últimos 24 días; un calcetín apodado Ralph había perdido a su compañera de toda la vida, Lauren, quien, extraída sin previo aviso, fue brutalmente rellenada de aserrín y atada con la finalidad de hacer las veces de juguete del gato y otras veces de experimento escolar. Al perder Ralph a su gran amor y compañera también perdió todo sentido por la vida, de manera que retó abiertamente a los gemelos llamándoles tiranos y opresores y jurando que terminaría con su dictadura sin importar las consecuencias. Esa misma tarde antes de anochecer, un calcetín de lana marrón con puntos verdes descubrió algo espeluznante: partes de lo que fuera Ralph se encontraban esparcidas entre los rieles de la cajonera. Lo que fuera su rostro, irreconocible. Aquello era un caos de hilos, pedazos de elástico y fibras. Hubo miedo durante días, ninguna prenda mencionó nada al respecto. Ni siquiera cuando los gemelos enviaron a un par de gruesos calcetines alemanes a limpiar los restos y eliminar toda evidencia de los filosos metales. Al cabo de un largo período se rompió el tenso silencio; un par de calcetas negras con el logo de Batman bordado sobre el empeine intentaron llevar a cabo una subversión en el extremo izquierdo superior del cajón, convenciendo a 4 pares más de calcetines que un motín sorpresivo y bien ejecutado terminaría con el autoritarismo de los gemelos. Cometieron un error. El rumor llegó antes hasta los hermanos quienes no dudaron en actuar y 2 horas después, durante la oscuridad de la noche, la comunidad del cajón notó que el espacio que ocupaban esos 5 pares de calcetines fue sustituido por una caja vacía de perfume barato. Era una caja de colores aperlados brillantes y cubierta con un plástico opaco y de poca calidad. Pero ningún calcetín reparaba en esos detalles. Solo podían mirar el sello de la tiranía. Horas después, un pantalón de mezclilla perteneciente al último cajón, dijo identificar un par de calcetines negros con amarillo convertidos en tiras negras bajo el refrigerador. Enredados entre un montón de cascos de bolígrafos y corcholatas, yacían pedazos del par de calcetines que apenas momentos antes formaban parte de la comunidad. Otra terrible exhortación a mantener el orden y el silencio.

El día 78 por la mañana, todo era normalidad. A lo lejos se escuchaba en la televisión el diálogo de una película Cubana ambientada en los años 50. Solo eso. De repente, un crujir de madera. Todos atentos. Los gemelos se enderezaron uno después del otro, esperando la reiteración del crujido. No la hubo. Esperaron durante algunos minutos con los ojos entrecerrados, sin moverse. Se tranquilizaron un poco, pero con cierta incertidumbre. En ocasiones el gato juega, rasga o tumba cosas, pensaron. Durante las 2 o 3 horas siguientes, susurrando en lo más bajo para no ser escuchados, los gemelos analizaron 14 posibles razones que podrían generar tal ruido pero ninguna terminó por convencerlos. 3 horas más tarde, terminaron por tranquilizarse. El resto del día transcurrió sin novedad. Por la noche, al filo de las 11:45, el cajón y todos sus calcetines brincaron ante el ruido repentino del motor de la aspiradora. Se miraron un poco perplejos unos con otros, ningún calcetín o prenda entendía el porqué de encender la aspiradora a esa hora de la noche. Los gemelos en alerta de nuevo. En esta ocasión, en extrema alerta, su experiencia combatiendo subversiones les decía que algo se avecinaba y que amenazaba con derrocar su dictadura y no estaban dispuestos a permitirlo. Ni por un momento. Lanzaron un par de gritos de advertencia a quien estuviera detrás de lo que representara eso —¡Epa! ¡Estírate!— no hubo reacción al respecto. El resto de los calcetines fue perdiendo el interés sobre el asunto, tildando de paranoicos a los gemelos y doblándose de nuevo. Los gemelos aceptaron que su nerviosismo podría atribuirse a la psicosis y decidieron conformarse con la explicación más lógica; el gato es travieso e inquieto. Pudo ser él. El fuerte ruido de la aspiradora continuó durante más de 20 minutos, tal vez media hora. Fue por eso que un segundo crujir de madera no fue escuchado. Súbitamente, el ruido de la aspiradora cesó. Algunos abrieron los ojos solo para volverlos a cerrar. Pero algo había cambiado.
Doña calceta fue quien gritó primero. Fue una mezcla de terror y júbilo. Después siguió toda una algarabía. El cajón se sentía vibrar. El perverso Polo y su gemelo no estaban más en el cajón. Los rojos habían vuelto. Esta vez con refuerzos; media docena de corbatas los acompañaban. Dos de ellas tenían cautivos a los gemelos en el cajón inferior con tremendos nudos trinity de los cuales los sorprendidos gemelos no se liberarían. El resto de las corbatas operaban la aspiradora y otras más se encargaron de la logística. Fue una operación limpia, rápida y exitosa. Los rojos fueron recibidos como héroes esa noche y con gusto narraron la ejecución del plan y compartieron con la comunidad sus experiencias fuera del cajón desde aquel día que fueron exiliados. Hubo bebidas frías y canapés para celebrar el gran acontecimiento. Un rato después, con toda la comunidad atenta a ellos, describieron los detalles de la misión: con un gancho de plástico en forma de “R” con lo que los calcetines nuevos se sujetan, extrajeron a los gemelos por entre la división de madera de los dos cajones con precisión quirúrgica. Más tarde, algún calcetín mencionaría —tal vez fanfarroneaba—que escuchó un sonido similar al que se hace cuando te pones los cinturones de seguridad ¡ziiiiiiiiip!
Ahora, Los rojos son quienes gobiernan el cajón de calcetines. Todos están contentos con la nueva administración. Todas las prendas tienen voz y voto. Ningún calcetín es segregado, acosado, mucho menos expulsado. Los calcetines pertenecientes a la comunidad LGTBIQ+ ahora pueden mudarse y formar parte del cajón, socializar con el resto de las prendas y llevar a cabo sus actividades de acuerdo a sus gustos y necesidades. Asimismo, los calcetines con capacidades diferentes, autistas y demás, también son recibidos sin ningún gesto de desaprobación, no importa si los agujeros en el talón son visibles o si presentan un deshilachado crónico. El resto de las prendas que ya vivían allí, pueden doblarse, envolverse, cambiar su esquina, cambiar de par, desplazarse o cualquier cosa que pueda realizarse en un cajón. Festejan cumpleaños y fechas especiales bajo la coordinación de doña calceta, quien hace las veces de juez cuando dos calcetines de diferente par quieren unir sus elásticos para siempre. Incluso cada navidad, llevan a cabo intercambio de pelusas entre ellos. Es algo maravilloso.

En cuanto al terrible Polo y su hermano gemelo, nadie sabe exactamente qué pasó con ellos, las corbatas se encargaron del trabajo sucio. Se dice por un lado, que terminaron en el taller mecánico de enfrente, llenos de grasa y aceite. Otros afirman que viven en el departamento de al lado en un cajón de prendas mixto bajo el rígido régimen de una guayabera amarilla venida a menos. Otros más aseguran que fueron vistos como parias vagabundos en un pueblo a kilómetros de distancia, que no encontraron refugio durante el invierno y terminaron muertos de frio bajo un puente, masticados por ratas y llenos de lodo.

+ There are no comments

Add yours

Deja un comentario

Facebook
Twitter
LinkedIn
A %d blogueros les gusta esto: