
PREVENCIONES
AL QUE LEYERE ESTA OBRA
La doctrina del corazón alimento fidalgo de hora á hora Dios mejora. Pues quien á los suyos se parece honra merece. Por hallarse enferma tuvo que volver y fui testigo de su verdad, valor y mérito. Se me presentó ante mis ojos enfermo demacrada, débil, mas por toda causa se resistía a la exploración de un médico sagaz y en filas, aunque su vida de un hilo pendiera. Había embarcado en fragata Nuestra Señora de la Mercedes y sobrevivido a los ingleses o a la deriva del mar años atrás, en 1804. Contóme que surcó en la Balvina, la Santa Dorotea o la fragata Matilde. Luchó derramando sangre y bilis en Bañols y en la defensa de Rosas. ¿Quién diera pasos al frente en la batalla del Cabo de San Vicente?
— Quien no sabe qué es guerra, vaya á ella, me dijo mientras se descubría.
— Cada uno es hijo de sus obras, expliqué antes de estudiar su busto. — A la mujer casta, Dios le basta— repliqué hasta que confesó.
— Mi nombre es Ana María de Soto y Alhama, mujer y soldado—, entre alambres de sudores y alientos.
— De humilde abolengo. Me alisté, mas mi nombre era Antonio María. Durante luengos años batallé sin profanar la gloria. Me gané el respeto en batalla mas lo pierdo en la talla — lamentóse.
— Dejemos el mundo como está, pues las murmuraciones pasan. Aunque no sea oro todo lo que reluce. Primero pusisteis vos la obligación que la devoción.
Si bien parece que en todo saliera mal parada, tras descubrir que era una mujer, fuera licenciada por servicio meritorio en la Armada Española, como la primer mujer Infante de la Marina Española. Corriera el año 1798, cuando su Ilustrísima Majestad, Carlos IV le concediera honor y gracia: sueldo y grado de sargento primero con dos reales diarios de pensión.
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