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AHORA, YA ES TARDE by Mercedes G. Rojo

Imagen tomada de Pinterest

Un denso e incómodo silencio se extiende en ese momento sobre la multitud que se agolpa a la puerta de la iglesia, rodeando aquellos dos féretros que guardan para siempre el sueño eterno de dos cuerpos a los que el salvaje instinto de un hombre, que se creyó su dueño, arrebató a cuchilladas la vida. 

Avanza  por el pasillo que el gentío le abre a su paso, con el rostro desencajado y los ojos secos ya de tanto llanto, mientras algunas manos se extienden hacia ella en un vano gesto de consuelo. 

Ya es tarde. Esos ataúdes no deberían estar ahí, al menos no en este momento ni por esta causa. Se derrumba casi inerte sobre los féretros de su hija y de su nieto y se hunde entre recuerdos y sentimientos encontrados. 

Recuerda las veces que permaneció en la plaza, sentada tranquilamente en la terraza, observando desde fuera a aquellas locas que martes tras martes se empeñaban en gritarle al mundo la injusticia de los asesinatos por violencia machista. Pero nunca dio un paso hacia adelante. Nunca pensó que pudiera sentir tan cerca la tragedia.  Mientras tarde tras tarde se tomaba su cerveza observando aquellas concentraciones que mantenía apartadas de sí misma a pesar del poco espacio que la separaba de ellas, nunca prestó atención a las señales que su hija le lanzaba sin atreverse a contarle abiertamente su desgracia. Era joven, guapa, preparada,… y su marido un joven simpático que la colmaba de caprichos. Su posición social no podía ser mejor. 

Aquello que cada martes contaban en la plaza no iba con ella. Por eso nunca abandonó su silla, ni siquiera por cinco minutos, para ponerse del otro lado de la pancarta. Para apoyar la denuncia de una injusticia, una salvajada, que no preveía víctimas, que podía afectar a cualquier mujer, en cualquier momento, en cualquier lugar, de cualquier clase social. Pero no, aquello no iba con ella, nunca podría ir con ella. Y por eso miraba hacia otro lado. 

Hoy está aquí. Sola a pesar de la multitud que la rodea. Desgarrada por dentro y por fuera. Sin poder hacer ya nada para salvar esas vidas tan queridas que la sinrazón de un hombre le arrebataron para siempre. Abrazada a esas cajas de madera  que se llevan  de su lado sus bienes más preciados. 

Varias personas tratan de separarla de los féretros, a los que sigue aferrándose con toda la desesperación de una madre que se siente culpable de la desgracia de su hija. Al fin, cuando lo consiguen, cae  de rodillas en el suelo sintiendo como las entrañas se le abren por dentro y de su garganta sale un grito que rompe el silencio estremeciendo a todos los presentes. TARDE, piensan muchos. TARDE, piensa ella. 

Ahora ya nada podrá devolverle aquellas vidas tan queridas, aunque tal vez si pueda ayudar a que éstas sean las últimas que se pierdan.

Mercedes G. Rojo

(Especialmente dedicado a todas aquellas personas que miran – día a día -  desde la barrera o que, directamente, ignoran los gestos de denuncia) 

Este relato se incluye en su poemario Pecado de omisión, publicado por Huerga&Fierro editores (Madrid, 2019)

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