
WeBe llego al trabajo, serían las 7 de la mañana. Le tocaba preparar los desayunos, el hotel estaba lleno y la mañana transcurriría sin incidentes. Le costaba dominar su slang carcelario, en cada pausa se escapaba a hacer un cigarrillo y, mirar los mensajes que le aparecían, como por ejemplo de su amiga Carmen M., como siempre tan directo: “¡tengo casa y el viudo esta la leche!” O, el de Lucas Boy de la madrugada anterior, cerca de las tres de la madrugada: “estoy saliendo de Sitges, la panadería aún no ha abierto y esperare unos minutos, compraré cruasanes y te los dejare en la despensa”.
Lugares comunes que acumulamos. Cuando el corazón duele, está lleno de un ritmo ácido y eso sentía ella, desde hacía años, no era sonrisa, ni volumen de ilusión, era un ácido que venía de muy atrás, cuando sus padres se separaron y le dejaron abandonada en una casa para huérfanos. Y desde ese día se sintió colgada, como en una pista de baile donde si no te atreves, los demás eligen su compañía y su alegría te ofende. Tal vez debía romper con aquella inusual forma de ser y buscarse un tipo o una tipa. ¿Esa era la tarea que le había traído hasta aquí? En un ticket de publicidad del nuevo hotel de Lucas Boy, había leído que “el corazón dormido era un espacio confortable para pasar unos días y reencontrarse”, luego por extensión lo había hecho suyo. Esa mañana quería ser una más en esa pista imaginaria, donde todos daban lecciones, pero le era imposible sustraerse a historias de diez años, carcelarias, efímeras, que rebotaban dentro con fuerza, tales como:
“Mi nombre es M T y vine a dar a esta cárcel por una deuda de juego. Mi marido se rompió un hueso del brazo y creía imposible jugar y le sustituí una noche y sucesivas, hasta que el póker me llevo en volandas y un día me perdí”.
“Me dicen Marga ST, yo era una vendedora de la calle Paseo de Gracia y un día probé coca en una fiesta y caí en desgracia. Perdí el perro, el piso y hasta un marqués que hablaba de amor. Luego me hice vendedora de los que esnifan hasta que en una redada me dejaron en esta cárcel limpísima, de donde no saldré”
“Mi seudónimo es Puri, yo era una señora de estar por casa, mi marido quedo en paro y me eche a la calle. Todo fue bien, hasta que no pude escapar de un macarra y, le mate y me enviaron a esta sucia prisión donde no hacen descuento por ver la tele”
Y hubiera seguido con un sinfín de lecciones de señoras traicionadas por el día a día y, apiladas detrás de una reja maldiciendo que la vida da una o a lo sumo dos oportunidades. Por ello, esta oportunidad, esta, que le aparecía, no la dejaría pasar.
–Hola. Miró a un lado y Lucas Boy estaba en la puerta de entrada al comedor y él pregunto: ¿Te queda mucho?
–No estoy acabando –respondió WeBe
– ¿Te apetece ir al macizo para ver cómo está quedando el nuevo hotel: el Corazón Dormido?
–Sí. Media hora después, entraban en una explanada donde un batallón de operarios daban sus últimos retoques. Lucas Boy había decidido contratar una cuadrilla y ayudar a su amigo en la tarea y ya se veían los primeros resultados. El hotel tenía sus primeros cinco clientes que ayudarían a quitar las hojas de la vid, como una de las actividades contratadas. Dicen los entendidos que se debe podar desde la última uva hacia abajo, con ello se logra que penetre el sol y se reduzca la humedad.
Le definen, a esta parte del Mediterráneo que va entre Sitges y Vilanova i La Geltrú, austera, con un jugo que crece a mediados de junio y explota a finales de agosto cuando el 15 la virgen hace una procesión que nos habla de fe y milagros y, las tormentas de calor, o lluvia, se alternan con rayos y truenos al final del verano.
WeBe llego a este espacio y se enamoró perdidamente del lugar. Un sitio único, en la cual su calma y un suave aire retenido dentro de esas montañas planas se mueve perdido en busca de escapar al mar. Pero además, los grandes árboles olvidados allí por un indiano venido de Cuba le daban un compromiso con las emociones. El Spi-ri-tou como llamaban los primeros turistas venidos de California o alguna parte de Europa definía ese encanto. Para ella, Lucas Boy había acertado y también su amigo Caro Vespasiano, un tipo con un legado, de tres hijos un gato y un perro. Sus cosquillas al mirarle, le habían puesto en guardia. Su forma de observarle ¿era una traición? Una suma de intentos por descifrar si ella: ¿pertenecía a lo que el definía el espíritu de la manada? Un estilo que definía —según él explicaba, a los antiguos moradores de la zona, las grandes manadas de lobos. Lo que si aparecía claro era que la antigua casa de varias habitaciones y una masía medio derruida, se había transformado en un coqueto hotel que acabaría teniendo casi 30 habitaciones en un macizo declarado zona protegida, carente de permisos de obra, y en ello tenían que ver las extrañas amistades de la noche de Lucas Boy. Con lo cual WeBe regresaba al punto de partida, ¿quién era de fiar en esas constelaciones que se unían alrededor de un genio que dominaba la escena?, pero, así era su dueño, esquivo y capaz de perderse en las noches. Ello le recordaba mucho a su ex, Luis F, quizás era el punto en común entre ambos antes que desapareciera de una manera extraña a la muerte de su antiguo amor.
— ¿Te gusta? –pregunto Caro Vespasiano mirándole
—Es precioso —respondió WeBe
—Hemos encontrado el espíritu y le hemos colocado en la tierra. Sus ojos brillaron. Lucas Boy se mantenía expectante. Ella dijo:
— ¿Tú piensas que este trozo de vida será preservado?
—Como cada uno de nosotros –respondió Caro, lo hace con nuestra juventud. Late dentro y fallece y resurge muchas veces. Caro Vespasiano había entrado a definir el hotel a través de una emoción y parecía sincero, pero para WeBe aquello le habría un surco que intentaba cerrar sin dejar que se transformara en una declaración de tres compañeros de aventura empresarial. Lucas Boy intervino.
—Este hotel a vece te define. Te sitúa en un corredor del pasado que cada tanto vuelve a escapar.
— ¿Cuál es aquel espacio que despierta en tu caso? –pregunto mirando a Lucas Boy. WeBe, entraba de lleno en aquel para conocerle. Él noto su interés y dijo una extraña frase larga y sin detenerse:
—Allí dentro, en aquel espacio de la juventud, esta apretada y sin solución una etapa en el cual correteábamos con Luis F, dentro de una oruga gigante que nos producía alucinaciones pero de la cual no podíamos salir ni siquiera a respirar, hasta que el murió y yo desperté de mi sueño
—Has definido muy bien lo que es la dependencia de la droga –apunto Caro. Lo de Caro sonó a explicación agregada y fuera de lugar. La tarde respiraba un calor que presagiaba lluvia, o según esta zona anuncio de lluvia para transformarse en un alocado mar que caía tres minutos y se disipaba. Caro fiel a la tierra, percibió que aquel espacio que había nacido era temible, desigual. Veía en WeBe una enemiga astuta, con unas poderosas facciones, unos ojos llenos de ingenio y las virtudes de una dama, ¿tal vez sexo? Una adrenalina del que los hombres escapan, pero desean para espantar sus miedos. “Ella, es como la fuerza animal que no respeta” –pensó, para salir del atolladero comentó, que si les apetecía ver la viña y caminar entre ella. Los dos aceptaron y una hilera le dejo delante de él, a WeBe. Durante todo el camino pudo seguir un trasero espectacular que oscilaba como un imán sugiriendo que su naturaleza era parecida a la propia, tal vez con una diferencia, y, recordó aquella vieja canción en italiano: “sapore di sale, sapore di mare, un gusto puó amaro de cose perdute”. Así era WeBe, un dulce que al probarlo cualquiera podía ser transportado a lo amargo, y por ello esa noche en un mensaje -al móvil- a su amigo Lucas Boy de saludo, él respondió: te veo esta noche en la Calle del Pecado, a las 00:02, anteúltimo bar bajando por la derecha de Sitges.