By Mercedes G. Rojo
Serie: Leyendas del Camino de Santiago por tierras leonesas VII

Cuando ya la cada vez más cercana e imponente presencia del Monte Teleno, que preside la comarca maragata que tendremos que atravesar hasta llegar a tierras bercianas y, por fin, gallegas, en las que se encuentra el destino definitivo de todo peregrino compostelano, nos habla de la cercanía de la bimilenaria ciudad de Astorga, surge en el Camino un nuevo crucero tallado en piedra. Preside un pequeño altozano desde el que la vista puede percibir la inmensidad de ese paisaje cuyos montes separan el horizonte de las tierras gallegas al tiempo que la cercanía de nuestra mirada se topa con las murallas y las torres que definen la ciudad que nos espera, otro de los hitos históricos más importantes del Camino de Santiago, donde en su momento todo peregrino podía encontrar el auxilio de varias decenas de hospitales abiertos pensando en ellos. Convertida en una de las primeras (más antiguas e importantes) sedes episcopales en las que se organizaba un territorio que se iba cristianizando cada vez más, tanto su intramuros como su extramuros está poblado de leyendas de todo tipo que recorren su historia desde el inicio de los tiempos. Ligada a la ciudad, pero más exactamente a este pétreo crucero que recibe los pasos de quienes transitan por el Camino, se encuentra la leyenda de uno de los primeros obispos que tuvo esta diócesis y que, siglos después, tras hacer sido declarado santo se convirtió en el patrono de la ciudad, así como del municipio que en este mismo momento nos acoge. Se trata de Santo Toribio, también conocido como Santo Toribio de Liébana, y su leyenda dice así.

Cuentan las crónicas astorganas que, hace mucho tiempo, allá hacia fines del siglo IV o principios del V, existió en la ciudad un piadoso joven cristiano llamado Toribio. Procedente de familia noble recibió una buena educación pero al quedar huérfano bastante joven y heredar una importante fortuna, vendió todos sus bienes repartiéndolos entre los pobres y emprendiendo una larga y penosa peregrinación a Tierra Santa, de la que volvió lleno de gran virtud y sabiduría, así como de alguna que otra reliquia con el fin de ponerla a salvo de los repetidos saqueos a los que estaban sometidos los Santos Lugares.
Cuando después de mucho tiempo logró retornar a esta su tierra natal fue nombrado obispo de la ciudad, con la circunstancia de que en aquel momento estaba invadida por una corriente priscilianista que desde Roma tenían como herética. Era Toribio contrario a la misma y con la misma luchó con toda su energía. Sufrió por ello acusaciones de “graves crímenes contra la iglesia” por parte de los defensores que dicha herejía tenía en la diócesis. Esto llevó a que el sacerdote tratase de demostrar la falsedad de tales acusaciones frente a sus fieles, y escogió para ello un día de gran asistencia al templo catedralicio. Cogió con sus manos unas ascuas encendidas que colocó sobre su roquete y caminó con ellas alrededor del templo, mientras todo el mundo comprobaba que ni sus manos ni sus prendas litúrgicas habían sufrido daño alguno. Quedó con ello demostrada su inocencia y a su enemigo no le quedó más remedio que pedirle perdón. Fue éste el primer milagro que se le atribuyó de los muchos que vendrían después, algunos de ellos en vida y el resto después de su muerte.
Años después de este suceso, situaciones bélicas harían que Toribio tuviera que ausentarse de nuevo de la ciudad y, por consiguiente, de la diócesis. Cuando retornó, se habían hecho con el dominio de la misma personas a quienes no interesaba su presencia. Dicen que esta vez, con sus fuerzas mermadas para comenzar nuevamente la lucha, decidió irse a un exilio voluntario, y salió de ella hacia tierras asturianas. Fue precisamente en ese momento cuando al llegar a este alto volvió su vista atrás, y mirando a la ciudad que tanto había querido se quitó sus sandalias y las sacudió para quitarse el polvo del camino pronunciando las palabras que quedaron ya para siempre en la memoria de las gentes: “De esta ciudad, ni el polvo”, o “De Astorga, ni el polvo”, que para efectos viene a ser lo mismo.
(Esta leyenda forma parte de las recogidas y adaptadas para mi próxima novela Nunca llegarás a la Cruz de Fierro, ambientada en el Camino de Santiago a su paso por la provincia de León)