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10 escritores para leer en S. santa: Jorge Luis Borges: Isaac Bábel y la Revolución Rusa

Nació en las catacumbas irregulares del escalonado puerto de Odesa a fines de 1894. Irreparablemente semita, Isaac es hijo de un ropavejero de Kiev y de una judía moldava. El clima habitual de su vida ha sido la catástrofe. En los dudosos intervalos de los pogroms aprendió no sólo a leer y a escribir, sino a apreciar la literatura y a gustar de la obra de Maupassant, de Flaubert y de Rabelais. En 1914 se recibió de abogado en la Facultad de Derecho de Saratov; en 1916 arriesgó un viaje a Petrograd. En esa capital estaban prohibidos «los traidores, los descontentos, los insatisfechos y los judíos»: clasificación un tanto arbitraria, pero que incluía ––mortalmente–– a Babel. Este tuvo que recurrir a la amistad de un mozo de café que lo ocultó en su casa, a un acento lituano adquirido en Sebastopol y a un pasaporte apócrifo. De esa fecha datan sus primeros escritos: dos o tres sátiras del régimen burocrático zarista, publicadas en el famoso diario de Gorki Los Anales. (¿Qué no pensará ––y callará–– de la Rusia soviética, que es un indescifrable laberinto de oficinas públicas?) Esas dos o tres sátiras le atrajeron la peligrosa atención del gobierno. Fue acusado de pornografía y de incitar al odio de clases. De esa catástrofe lo salvó otra catástrofe: la revolución rusa.
Babel, a principios de 1921, ingresó en un regimiento de cosacos. Naturalmente, esos guerreros estruendosos e inútiles (nadie, en la historia universal, ha sido más derrotado que los cosacos) eran antisemitas. La sola idea de un judío a
caballo les pareció irrisoria, y el hecho de que Babel fuera un buen jinete no hizo sino perfeccionar su desdén y su encono. Babel, mediante un par de hazañas aparatosas y bien administradas, logró que lo dejaran en paz.
Para la fama, ya que no para los catálogos, Isaac Babel es todavía un homo unius libri. Ese libro impar se titula Caballería roja. La música de su estilo contrasta con la casi inefable brutalidad de ciertas escenas. Uno de los relatos ––Sal––
conoce una gloria que parece reservada a los versos y que la prosa raras veces alcanza: lo saben de memoria muchas
personas. jorge Luis Borges

1 Biografía sintética, El Hogar, 4 de febrero de 1938.
2 Actual San Petersburgo.

Sal by Isaac Bábel

Querido compañero redactor: Voy a hablarle de las mu-jeres rezagadas que nos perjudican. Espero que en la visita al frente de la guerra civil, sobre la que ha tomado usted notas, no habrá olvidado la vieja estación de Fasfot, que está en cualquier parte en una lejanía desconocida de siete veces siete países. Naturalmente, yo he estado allí y he bebido cerveza hecha en casa. "El bigote se llena de espuma, a la boca llega apenas." De esa estación antes citada hay mucho que hablar, pero como se dice en nuestra condenada vida, "hay que dejar mucho bueno tranquilo." Por eso voy a escribirle sólo lo que yo he visto con mis propios ojos.

Era una noche serena, amable, cuando, hace siete días, nuestro excelente tren de caballería, cargado de soldados, se detuvo allí. Íbamos en dirección a Berditschef y todos ardían por aprovecharse de la cosa común. Pero observamos que nuestro tren seguía parado. Nuestro Gavrilka no anima el vapor, los soldados se inquietan y discuten por qué se para allí tanto tiempo. Lo cierto es que la causa común sufre un grandísimo retraso a consecuencia de esos malditos enemigos, esa especie de hámsteres entre los que se encontraba una infinidad de hembras, que del modo más descarado se las entendían con las autoridades ferroviarias. Impertérritos se agarraban esos seres destructores a las manecillas de los coches, y una, dos, tres, se encaramaban a los techos, se revolvían de un lado para otro, sembraban en todo la confusión, y todos vieron arrastrar sacos que pesaban quintales, cargados con la no precisamente desconocida sal.

Pero el triunfo del animal de presa capitalista no duró mucho tiempo. Los soldados salían arrastrándose del vagón y su iniciativa restableció la despreciada autoridad de los ferroviarios. Sólo las hembras quedaron en las proximidades. Por compasión, dejaron los soldados que algunas de ellas, no todas, subieran a los vagones tórridos.También en nuestro vagón de la segunda compañía teníamos dos muchachas, y cuando dieron el segundo toque de salida se acercó una arrogante mujer con un niño de pecho en los brazos y dijo:

—Dejadme entrar con vosotros, queridos cosaquillos; llevo una eternidad esperando en la estación con el crío en brazos, y ahora quisiera ir a ver a mi marido, pero no puedo por lo lleno que el tren va. ¿No lo he merecido de vosotros, cosaquillos?—¡Bueno, mujer! —le digo yo—. Lo que acuerde la compañía se hará.Y me dirijo a la compañía y le expongo claramente que aquella arrogante mujer quería ir a ver a su marido que estaba en el campo y que llevaba de verdad un niño con ella y que pregunta a la gente si quiere dejarla entrar o no.

—Déjala entrar —grita la gente—; después de nosotros no va a quererla su marido...

—No —les digo cortésmente—. Acato tu resolución, compañía, pero me admira oír de ti esa lascivia. Acordaos de vuestra vida, cómo estabais de niñoscon vuestras madres y veréis que no se debe hablar así... Y los cosacos vieron que yo, Balmaschef, había pronunciado un discurso convincente y dejaron entrar a la mujer en el coche. Ésta, agradecida, se arrastró en el interior. Y todos estaban tan conmovidos por la verdad de mis palabras, que se sentaron al lado de la mujer y le hablaban a porfía:—Siéntese, mujer, en el rincón; cuide usted al niño como conviene a una madre; nadie la molestará y llegará usted intacta a su marido como usted desea. Pero la comprometemos a que eduque a su hijo en la causa, pues el viejo se hace más viejo y del joven hay mucho que ver todavía. Hemos visto muchas desgracias, mujer, respecto al servicio militar y más tarde también. El hambre nos ha agobiado y el frío nos ha curtido. Siéntese usted aquí tranquila.Y cuando dieron el tercer toque de salida, arrancó el tren. La noche, serena, extendía sobre nosotros su tienda de campaña. Y en aquella tienda de campaña lucían lamparillas de aceite..., las estrellas. Y los soldados recordaban las noches y la estrella verde de Kubán, su patria. Y el recuerdo volaba como un pájaro. Y las ruedas rechinaban. Pasado algún tiempo, cuando la noche fue levantada de sus pilares y los tambores rojos empezaron a redoblar diana, con sus tambores rojos se me acercaron los cosacos, pues me vieron sentado, desvelado y terriblemente triste.—Balmaschef —me dijeron los cosacos—, ¿por qué estás triste y tan desvelado?

—Me inclino profundamente ante vosotros, soldados, y os suplico que me permitáis cambiar algunas palabras con esa ciudadana.Y temblándome todo el cuerpo, me levanto del asiento, que ahuyenta el sueño como ahuyenta al lobo una jauría de perros furiosos, me acerco a la mujer, le tomo el hijo de los brazos, arranco los pañales y todos los trapos que lleva y aparece un buen medio quintal de sal.—Es un niño interesante, compañeros, que no pide el pecho, que no se mea y que no interrumpe el sueño de las gentes.

—Perdonadme, queridos cosaquillos —me dice la mujer bastante serena—; no os he engañado yo, os ha engañado mi mala suerte.—Balmaschef arreglará su mala suerte —contesto a la mujer—. Esto no es difícil para Balmaschef. Balmaschef no vende más caro de lo que compra. Pero habla con los cosacos que te han dejado entrar como a una obrera de la república. Avergüénzate ante esas dos muchachas que siguen llorando porque esta noche las hemos atormentado y ante nuestras mujeres, que en los campos de alforfón de Kubán trajinan sin ayuda de hombre y piensa en los combatientes solitarios que se ven obligados por la dura suerte a coger las muchachas que pasan... En cambio a ti, de quien querían apoderarse, precisamente a ti, desvergonzada, no te han tocado. Mira a Rusia que se ahoga de dolor... Y ella me dice:

—Mi sal ya la he perdido, pero os voy a decir las verdades. Vosotros no pensáis en Rusia. Vosotros no salváis más que a los judíos... A Lenin y a Trotsky...

—De los judíos no se habla ahora, ciudadana desvergon-zada. Los judíos no tienen nada que ver en esto. Por lo demás, de Lenin no quiero hablar; pero Trotsky es el valeroso hijo del gobernador de Tamof y aunque pertenecía a otra clase se ha puesto al lado de la clase trabajadora. Como se libra a un condenado a trabajos forzados, así Lenin y Trotsky nos llevan a nosotros por el libre camino de la vida. En cambio, usted, ciudadana abominable, es más contrarrevolucionaria que aquel general blanco que nos amenazaba con el afilado sable, en su caballo, de mil formas diferentes. A él, al general, puede reconocérsele por todas partes; el trabajador tiene la penosa misión de exterminarle; pero vosotras, ciudadanas numerosísimas, con vuestros hijos que no piden el pecho y que no se mean..., vosotras sois invisibles como las sabandijas y roéis, roéis, roéis... Y lo confieso: durante el viaje eché del tren en un seto a aquella ciudadana. Pero era fuerte, se levantó, se arregló las faldas y echó a andar descaradamente. Y cuando yo vi a aquella mujer impertérrita y miré alrededor a Rusia, y los campos aldeanos sin espigas, y a las muchachas deshonradas, y a los camaradas, de los cuales tantos van al frente y tan pocos vuelven, quise saltar del tren y terminar con ella o conmigo. Pero los cosacos se compadecieron de mí y dijeron:

—Dispárale un tiro.Y entonces descolgué el fiel fusil y lavé esa ignominia del semblante de la tierra de nuestra república obrera. Y nosotros, combatientes de la segunda compañía, le juramos, querido compañero redactor, y a todos vosotros, queridos compañeros de la redacción, que en lo sucesivo procederemos despiadadamente contra todos los traidores que nos llevan a la tumba, que quieren hacer retroceder la corriente y que quisieran cubrira Rusia de cadáveres y de campos yermos. Por todos los combatientes de la segunda compañía, Nikita Balmaschef, soldado de la revolución.

Nota:

Bábel fue encarcelado en la prisión de Butyrka inmediatamente, pero no fue llevado ante un tribunal hasta el 26 de enero de 1940; allí fue sometido a un juicio sumario acusado de espionaje y terrorismo contra el gobierno (Art. 58 del Código Penal soviético), siendo condenado a muerte y fusilado al día siguiente. Tras el arresto, Bábel y sus obras fueron prohibidas de toda mención pública, sus libros retirados de la circulación y su nombre borrado de todo registro literario de la URSS. (Fuente Wickipedia)

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