
No se dicen palabrotas No se dicen palabrotas...
Su rabia pequeñita, simplemente, crepitaba en un fuego que iba creciendo poco a poco.
"Tienes la boca sucia" confirmó un día su madre, y como única solución le dijeron que habría que limpiarla una y otra vez hasta que consiguieran acabar con toda aquella porquería que salía.
Así empezaron las sesiones de limpieza. Cada vez que se escapan las palabrotas le llevaban a rastras al baño. Con las manos cruzadas en la espalda, le inclinaban en el bidé. Aparecía el chorro de agua fría, y con una pastilla de jabón lagarto la restregaban en su lengua, llenando su boca con dentelladas de aire y pompas atrapadas en el velo del paladar.
Tanto rasparon, que las palabras literalmente se borraron, por lo que el niño dejo de hablar y prefirió no comunicarse más con nadie.
Le llevaron ante varios divanes, con psicoterapeutas infantiles sentados al lado, que trataron de sondear su mente con caramelos. Le lloraron, le gritaron otras veces. Le apuntaron a fútbol, a informática y a flauta. Le regalaron una consola, una pelota y un móvil, pero el niño mantuvo las palabras momificadas, lo más ocultas posibles incluso de sí mismo.
Mientras esto sucedía la vecina del piso de al lado cada vez que le veía le sacaba la lengua y le sonreía de seguido. Siempre la veía con bolsas de ropa muy grandes que llevaba a una lavandería donde trabajaba.
Uno de aquellos días, volviendo del colegio, subieron juntos en el ascensor, y como tantas veces, primero le sacó la lengua y luego ella aprovechó para revolverle el pelo.
- ¿Podrás creer? - Le empezó a decir con voz cansada-. Tengo aquí una de mis sábanas favoritas, la tengo desde que me casé, con los bordados de mi madre, y tiene una mancha enorme que no consigo quitar. He probado de todo, pero nada, ahí sigue.
Qué mala pata con lo bonita que era... Bueno a ver si por lo menos consigo salvar los bordados. El niño se llevó una mano a la boca y de seguido señaló una de sus bolsas.
-No te preocupes cariño...Después de todo es sólo una sábana.
Y la vecina le dio un abrazo antes de meterse en su casa con el baile blanco de la ropa embolsada a su alrededor.
El niño estuvo dándole vueltas y al poco recordó la pastilla de jabón lagarto. Si había sido capaz de borrar palabras seguro que podría hacerlo con esa mancha.
Fue al baño y recuperó el trozo de jabón que había quedado, de detrás del bidé. Después salió de casa y llamó al timbre de la vecina.
Cuando se lo ofreció entre sus palmas abiertas la mujer casi se echó a llorar.
- ¡Muchas gracias cielo! ¿Es un jabón mágico? Podemos intentarlo...Venga, ayúdame y mientras merendamos algo ¿la nocilla te gusta?
Y con la radio de fondo, con chocolate untado en tostadas y el parloteo de la vecina al restregar el jabón, pasaron la tarde. Al final enjuagó la sábana, una, dos hasta tres veces y la extendió ante el niño como la vela de un barco.
La sábana estaba por fin limpia excepto por una palabra un poco emborronada que decía:
Habla.
Anabel 27Marzo23
1 Comments
Me impresiona, un abrazo muy fuerte para Ana