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libres, digitales, inconformistas

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#5 Desde el balcón… by Elvira González

En un instante, ella suspira le pide que continúe cantando, de alguna extraña forma su desafinada voz le calmaba. Mientras ella recargaba la cabeza en el hombro del caballero quien no la soltaba, sus varoniles manos se deslizaban por su espalda. Él estaba encantado de sentir contra su cuerpo sus atributos, ese calor que emanaba, su perfume. Conteniendo las ganas de besarle, atraído por esa mezcla entre ternura y mujer independiente, esa timidez le resultaba arrebatadoramente sexy. Tenía la impresión que después de tantas capas con las cuales se protegía, había una mujer apasionada, atrevida, amorosa, candente. Tras un ruido vuelve la luz, el ascensor se activa continúa subiendo. Sofía se percata estar casi incrustada sobre Clifford, él recargado contra la madera. Sus caras muy cerca, él acaricia la mejilla preguntaba si se encontraba bien, sin decir nada. Se funden en otro abrazo, ella le daba las gracias, su miedo a la oscuridad tenía una explicación menciona no estar lista para contarle.
Clifford frotando sus brazos le deja saber que cuando ella quisiera sería un honor escucharle. (Eso la conmueve) La puerta del ascensor se abre justo cuando hablaban muy cerca, entre miradas de los ojos a la boca. Suspiran. El gerente del restaurante les recibe ofreciendo disculpas por los (cinco minutos)en los cuales quedaron atrapados, muy atento les ofrece agua. La mesa estaba lista, él pide les de un momento a solas,aceptando algo refrescante de beber, se sientan en un acogedor sillón. Tomando la mano le pregunta si desea quedarse, Sofía le sonríe tan solo necesita ir a refrescarse un poco, tenía hambre. Bromeando deja saber que si no planeaba cantar más estaría encantada de quedarse. Besó el dorso. Llevaron dos limonadas con agua mineral, bebieron la mitad del contenido. Cuando ella se miró en el espejo, recordó como le había reconfortado Clifford, se sentía muy atraída hacia él, logró tranquilizarle, era tierno. Por lo visto también ardiente, se retocó el labial, roció perfume y regresó.
Él se levantó, ofreció su brazo. Justo en la hermosa terraza iluminada entre velas y farolas, flores, bajo el cielo lleno de estrellas alineadas. Tanto la mantelería, vajilla, cubiertos, copas todo era un lujo, al centro la pista, la orquesta al frente. En ese momento un vocalista cantaba en italiano letras llenas de romance, acorde a la atmósfera. Clifford había ordenado vino tinto, delicia de antpasto les fue servido junto con pequeños panes recién horneados. Aceite de oliva preparado con balsámico y hierbas finas, mantequilla. Sofía se relajó, él era sencillo, divertido, conversaban sobre sus travesuras en la bicicleta. Era repartidor del periódico, para ganar dinero y poder comprar coches de jugüete. Después se convirtió en repartidor de pizzas, recibía muy buenas propinas. Sofía le contó que había tenido una hermosa bicicleta roja, apenas le quitaron las diminutas llantas traseras, se esforzaba en aprender. Pero su padre se queda sin trabajo, ella vende su amada bicicleta para ayudar, al final nunca aprendió. Clifford le miró con admiración, lo contaba sin resentimiento, eso fue un verdadero gesto de amor y madurez. Ensalada de cangrejo, después una irresistible pasta a la bogñesa, disfrutaban cada bocado, sin dejar de platicar. El postre comparitdo, capas de crocantes galletas bañadas en licor de café, bañadas con una espuma coronada por chocolate amargo. Sus miradas y la cucharas se cruzaban. Cambio musical, le invitó a bailar, él mano en la cintura, ella al hombro, dedos entrelazados, uno, do, uno, dos, giros, risas, ritmo diferente. Continuaron, hasta que acalorados regresaron a la mesa agua mineral con rodajas de naranja, cortesía de la casa, licor de limón. Ella no lo conocía y le encantó, bebieron dos al final, él recomendó hidratarse bien. No más vino, regresaron a contornear las caderas con el ritmo deslizando pies y manos también, improvisando pasos nuevos, risas otra vez. Dando la media noche, ofreció llevarle a casa. Bajaron por el ascensor sin escalas.
Caballeroso hasta en el mínimo detalle, ella eligió la música en la radio del automóvil, mencionando estar encantada, todo delicioso. Agradeció sobre todo su empatía en el ascensor, apenada por como le afectaba la oscuridad. Entonces, Clifford le hizo una confesión, a él le daba pavor cantar en público, quizás por lo dessafinado que era, así que él debía darle las gracias lo impulsó a trabajar ese miedo. Ambos se miraron, habían llegado al tranquilo vecindario, se estacionó en la puerta del edificio.
Nerviosa, ella dijo que su despertador sonaría muy temprano, sabía que si le invitaba a pasar, los besos podían desencadenar esa fuerte atracción. Clifford, le besó ambas manos se agradecieron en forma mútua, él preguntó si le podía dar un abrazo, Sofía sonrojada aceptó. Le rodeó con los brazos acercándo su mejilla a la de ella, después imprimió un beso sobre el rosado intenso de su bello rostro. Esperó que entrara y se fue.
Camino al apartamento, sonreía recordando cada detalle, acaso se estaba enamorando, pensaba. Apenas entró, se sentó sobre el sillón le llamó a Sofía, apenas veinte minutos tenía de haberle dejado. Sorprendida que alguien le llamara a esa hora. Clifford comenzó a cantar «amore mío», no había duda de quien era, le causó tal ternura, él solo quiso avisarle que estaba en casa, desearle dulces sueños. Ella le hizo saber que se encontraba bien a punto de dormir, feliz descanso le deseaba también.
Cuando Sofía era muy joven, (vivían sus padres todavía) después de que su padre había sido despedido en forma injustificada. Tuvieron que mudarse a un edificio muy viejo, en malas condiciones, fallas de luz, agua, entre otras cosas. Ella había regresado de trabajar, feliz, con verduras, unas piezas de pollo para preparar un caldo y alimenar a sus padres. Colocó una olla con agua, lavó los ingredientes, los colocó dentro, tapó para que hirviera, subió la flama al tope. Constantemente se percibía un sutil olor a gas en el inmueble, aunque ya estaba reportado. Fue a lavar su ropa, en eso estaba cuando explotó un tanque de gas.del vecino. Terminó entre escombros atorada en total oscuridad, tardaron en sacarla casi un día, sus padres angustiados vivieron una pesadilla también. El dueño del inmueble fue obligado a indemnizar a las dos familias que vivían ahí, el edificio demolido. Desde entonces desarrolló ese temor por la oscuridad. Amada los días soleados, los espacios bien iluminados, las lámparas, velas, de aquella experiencia en la cual pudo perder la vida. Se volvió aún más agradecida, sus padres estaban orgullosos de ella. Aprendió el valor que tiene trabajar por lo que se quiere, ayudar a otros por lo menos con una palabra de aliento. Sofía tenía un gran corazón, eso saltaba a la vista.
Estaba en la oficina, Tania se había reportado enferma, aunque era muy temprano, se sentía mucho calor. Se abrió la blusa, se subió la falda parada frente al ventilador, gotas de sudor escurrían desde la frente. Bajando por el cuello para cubrir sus voluptuosos atributos de gotas saladas, dejó caer la falda, estaba de espaldas a la puerta. No se enteró que Clifford le llevaba un recipiente con hielos para el agua. Al entrar se quedó fascinado admirando tal espectáculo, Sofía se gira, se ven sin decir nada, se acerca con un hielo roza sus labios, cuello, baja el encaje para descubrir sus bondades, toma otro cubo helado eriza la piel. Ella suspira, él lame las la humedad de la zona, acaricia, sus bocas se comunican en una danza profunda. Ella le abre la camisa contacto piel con piel lo besa, roza su abdomen llega al cinturón. Clifford la rodea y la gira, entonces, aferrado a sus abundancias, introduce sus dedos debajo de la seda inferior, le decía al oído que estaba enamorado de ella. Un suspiro profundo…
Se escucha con fuerza el sonido del reloj despertador, al abrir los ojos el sol entraba por la ventana, un caluroso día, Sofía tenía la frente sudada. Abrazó la almohada, recordando el sueño que tuvo, Clifford le atraía tanto, casi sentía el olor a su loción, entro a la ducha, sería agua fría… Una carta llega a la oficina del licenciado Ferguson, un familiar de Mariano quien era el chófer de su amada Samantha, estaba tratando de localizarle. Se sentó, con la mano en la frente apoyó el codo sobre el escritorio palideció…
Sentada en un cojín, descalza, una taza de capuchino espumoso con canela y azúcar mascabado. He encendido velas formando caminos para llamar a la luz a nuestras vidas. Llenas de paz, salud, amor, armonía por un mundo en donde nos ayudemos los unos a los otros. El ambiente inundado con el aroma a bizcocho de naranja, sobre la mesa al lado del cómodo sofá también hay servicio de café. La ventana permite percibir una tarde relajante, tranquila y lluviosa, baña los árboles, la temperatura refrescó. Mientras que escucho a -dEUS- Nothing Really Ends – algo diferente. Agradezco tu gentil presencia al blog.

Respira hondo. Inhala paciencia y exhala sapiencia…

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1 Comments

  • Muchas gracias Juan, un honor.

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