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Del revés by Jorge Aldegunde

–¿Puedo verla contigo?
–No. Eres muy pequeña y luego las broncas me las llevo yo. Tendrás pesadillas y te despertarás de madrugada. Te esperas, igual que haría yo.
Carla mira a su hermana, que toquetea la tableta electrónica con decisión. No ha visto la famosa serie de Netflix, pero está fascinada –como solo los monstruos atrapan a los niños–. Azotamentes y Demogorgon son estrellas de cabecera de un universo oscuro y fascinante, que anhela explorar. Antes de marcharse se estira para escudriñar: solo consigue ver una de esas secuencias de los informativos, con la guerra en Ucrania. Se detiene en una foto estática, cenital. En el centro hay un edificio prominente, de tejado rojo, en medio de una gran explanada. Le llama la atención unas letras escritas sobre el pavimento, al pie de fachadas opuestas. Intenta leer, pero resulta en vano. –Se acabó, enana.
Daniela interpone el protector de pantallas y mira a Carla, desdeñosa. La niña se marcha cabizbaja, sin esconder el mohín.
***
Nunca había soñado a vista de pájaro, e ignoraba que apenas sentiría vértigo. Solo un frío intenso, como de nieve. Supuso que era invierno. El aire era puro, parecido al que se respiraba en la montaña. Pero aquello era una ciudad. Desde tan arriba, los coches se movían muy despacio por largas avenidas perpendiculares. A cámara lenta, conseguía acercarse al suelo sin temor a caer –como ocurría en algunas de sus pesadillas–. Más cerca, comenzaron a llegar sonidos que ella identificaría: ruido procedente del tráfico y una reverberación ronca, grave. Apreció las copas de los árboles, entremezclados con las construcciones: conspicuos edificios y viviendas. A su izquierda, se dibujaba un enorme campo de fútbol –líneas muy blancas sobre un verde brillante–, rodeado de vegetación frondosa.
De tanto tiempo abiertos, los ojos comenzaron a lagrimear, así que se los cubrió con el antebrazo. Antes de abrirlos de nuevo, aspiró hondo. Lo primero que le llamó la atención fue el silencio. Después, le embargó un olor acre, profundo y áspero.
Cuando volvió a mirar, le parecía estar en otro lugar. No consiguió ver el suelo: columnas de humo de color gris negruzco ascendían y se entremezclaban. Al fin, alcanzó a posarse muy despacio. Estaba sola en una intersección que antes, desde el cielo, bullía de actividad. Ahora estaba desierta, ahogada en un mar de escombros, salpicada de boquetes y grietas en el asfalto. Uno de los edificios –el más alto– mostraba sus tripas; aún lo sostenían sus cimientos, si bien remedaba que le hubieran arrancado de cuajo parte de la estructura. Dentro, asomaban viviendas, siniestramente oscuras. En una habitación, desprovista de paredes, destacaban dos literas de metal, casi desnudas. Sobre el tejado, abierto en canal, asomaban jirones de nieve. Frente a ella, en la amplia avenida, continuaba el espectáculo de destrucción: árboles caídos, tiendas destruidas y luminarias rotas. Notó cómo se le aceleraba el pulso. Asustada, volvió a velar su mirada.
*
No podría decir cuánto tiempo había transcurrido. Así sucede en los sueños: los cambios de escena son, a veces, inexplicables. Pero sí notó la luz a través de los dedos y el trinar de los pájaros. Había un sol resplandeciente y el aire, aunque fresco, soplaba más amable. Venía impregnado, además, de un aroma como de sal. Estaba en medio de una plaza amplia y abierta. Una niña se afanaba en dar de comer a las palomas, que la rodeaban en bandadas. A poca distancia la seguía un anciano. Carla pensó que podría ser su abuelo. Al fondo se erguía un teatro: fachada blanca, amplios ventanales, capiteles y columnas que albergaban, en su base, anuncios de próximos estrenos. A pesar de estar rotulados en grandes letras, fue incapaz de entenderlos.
Caminaba –casi flotaba– sobre el pavimento gris. Ni los pájaros ni la niña –cabellos rubios y ojos verdes, como de agua– se inmutaron. Era, para ellos, del todo punto invisible. Otra vez notó aquel picor, aquella presión sobre los párpados. Volvió a quedarse a oscuras.
*
El sueño continuaba su curso. Ahora se encuentra en un sótano, iluminado aquí y allá con bombillas que cuelgan precariamente del techo. Huele a humedad y, también, a humanidad. Se amontonan rostros –mujeres y niñas como ella–. Hablan con voz queda un idioma que no entiende. Ha vuelto el frío; todas se protegen con gorros de lana y abrigos. Las niñas pequeñas están envueltas en mantas, algunas yacen en catres improvisados. Le llama la atención una joven, esbelta y más alta que las demás. Se la ve nerviosa, agitada –las manos juntas frente al rostro– como si quisiera espantar el frío.
Inha Shvets es actriz, y de las buenas. Pero ya no actúa, solo sobrevive y maldice su suerte. Lamenta no poder hacer otra cosa que rezar en aquella ratonera de Mariúpol, convertida en lugar de refugio ante el asedio del invasor. Reniega de haber estado en el lugar equivocado a la hora equivocada. De la frivolidad de haber evitado despedirse de Yure, de quien no había vuelto a saber. Camina inquieta por el búnker, esperando que el tiempo la absuelva.
Carla supo cómo sentía, sin apenas acercarse a ella. De inmediato, notó como las luces comenzaban a parpadear. Algo sonaba fuera, a lo lejos.
Entonces sucedió. Surgió como del centro de la tierra, aunque el estruendo se asemejaba al de un trueno. En una fracción de segundo quedaron a ciegas, y el lugar comenzó a temblar. Sintió como si en el suelo se abriera una grieta –una panza hambrienta– que los iba a engullir a todos.
Después, solo hubo silencio.
***
–Despierta, Carla.
Daniela intenta desperezar a su hermana, aún dormida. Carla abre los ojos. Daniela se sorprende de verla tan alerta y con una expresión distinta.
–He pensado –comenzó a decir en voz baja– que tal vez te deje ver… un par de capítulos.
–No hace falta –respondió–. Además, ya he estado allí.
–¿Dónde? –preguntó Daniela, extrañada.
–En el mundo del revés.
FIN

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2 Comments

  • Very cool Reading. I enjoy it.

  • ¡Muchas gracias por tu comentario, Miriam! Me alegro de que te haya gustado. Fuerte abrazo.

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