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22 by Alberto Quero

Me siento a mi propia vera

De tanto tragar filos mis voces son apenas

silbidos inaudibles

proclamas de tardes y de vientos.

Las piedras me han servido de confidentes

Ignoro con cuál fin, pero velo.

No nombro infiernos ni convoco umbras:

los anticipo.

No deseo más que una mujer,

una lo suficientemente ciega

como para atreverse a permear sobre mí

sus perfumes,

una que olvide mi rostro, mi cuerpo y sus espinas,

una que no tase más que mi incienso

y me escrute sólo con la punta de los dedos.

Arsenal o cerebro, no sé:

hace tiempo que me deshice de eso.

Me flagelo si maldigo

o si blasfemo contra el silencio.

Repto; mezclo telarañas y moho,

examino cifras, restauro granos de arena

y me ufano únicamente de ser

orfebre de ningún escándalo.

Eso es todo;

en realidad ya no me queda mucho qué decir:

mudo tras las avalanchas,

caracol adrede,

soy abundante sólo en ecos.

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