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A las 4,42 h de la madrugada, el Fokker 27 con destino a la ciudad de Marrakech se disponía a despegar bajo una intensa lluvia desde el aeropuerto de Santiago de Compostela. El plan de vuelo incluía una escala en el aeropuerto marroquí de Rabat. El ruido en el interior no permitía una comunicación fluida entre la docena y media de pasajeros. Cada vez que Carlos, el piloto aumentaba la potencia de cara al despegue, el fuselaje vibraba creando sonidos que más se parecían a un montón de envases de lata arrastrados por el asfalto que a un avión a punto de despegar. Tras recibir la autorización de la torre de control, el avión comenzó a rodar muy despacio sobre la pista empapada de agua. A Los neumáticos de las ruedas les faltaba casi todo el dibujo, el agua que cubría la pista 4 del aeropuerto santiagués formaba mil y un remolinos en las ruedas y en las hélices del bimotor. El ruido en el interior era ensordecedor, ni a gritos se entendía uno allí dentro. Aún con las potentes luces del aeropuerto era muy difícil ver más allá de cien metros. Con el motor a toda potencia el Fokker comenzó a aumentar la velocidad más y más; instante de máxima tensión…El piloto accionó la palanca para elevar el avión sobre la pista y por encima de los eucaliptos…
Las alas iniciaron un baile de un lado a otro como si navegaran en una tempestad marina. El avión conseguía así levantar el vuelo rozando levemente las copas de los árboles, perdiéndose casi al momento en las oscuras nubes. Una vez estabilizado el vuelo el ruido interior fué disminuyendo. Los cuerpos de tripulantes y pasajeros dejaron de vibrar y el ambiente interior se fué serenando poco a poco. En poco tiempo se hallaban volando sobre el Atlántico rumbo sur a unas millas de la costa portuguesa hacia la próxima escala. Aunque con algunos baches debido al mal tiempo el viaje estaba resultando más bien tranquilo. El sol quería amanecer pero ni las nubes ni la intensa lluvia que aún caía lo dejaban.
Unos ruidos muy extraños salían de la cabina. De la radio comenzó a salir humo negro luego de ésto unos chirridos y un silencio total, había " muerto ". Todas las luces indicadoras se apagaron también. El fuselaje comenzó a vibrar de nuevo, más incluso que al momento del despegue. Todos los pasajeros y la tripulación empezaron a sentirse mal, sentían como cada uno de sus órganos se desplazaba dentro de ellos al ritmo del zarandeo del avión. En sus estómagos no quedaba ya nada, como si pasaran por un lavado. Galletas, Sándwiches de jamón y queso, zumos de naranja, de piña y de manzana con uva; todo se extendía por el suelo desde la cola a la cabina donde Carlos el piloto hacía lo imposible por no echar fuera el bocadillo de serrano y queso que acababa de comer acompañado de un refresco de cola con hielo. Los mandos parecían no obedecer, el fuselaje crujía en grado supremo dando la impresión que se iba a desintegrar. Lo mismo bajaba en picado que remontaba balanceándose de babor a estribor. Los ojos de Carlos se salían de las órbitas intentando ver lo que era imposible a través de la lluvia; su bocadillo y su refresco dejaron su estómago para unirse al revoltijo de olor repugnante extendido por el suelo del Fokker. Su destino inicial era Marrakech para ascender luego al Toukal en el Atlas Marroquí, pero estaba claro que lo tenían muy difícil. No tenían radio ni forma de comunicarse. En medio de las nubes negras se abrió un claro, un gran claro que pudo atravesar el avión sin problema alguno. El sol hacía brillar el fuselaje como si fuera un lingote de oro puro. Seguían sin saber el espacio aéreo que sobrevolaban, sin saber nada de nada. Podrían sobrevolar Marruecos o tal vez Portugal, Madeira.,..
Nada más dejar atrás los nubarrones, los ojos mareados de todos ellos se abrieron como platos al mirar por las ventanillas; acababan de pasar rozando la torre del reloj de la catedral de Santiago de Compostela; mientras los turistas que estaban en la plaza del Obradoiro, al sentir los motores del Fokker sobre sus cabezas miraban hacia el cielo horrorizados.
Carlos Cubeiro
13 Mayo 2023